viernes, 30 de diciembre de 2016

18

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Al día siguiente todo iba normal. Fue el médico, quitó la gasa que cubría la herida. Tanteó por todos lados del abdomen, casi no dolía nada. Revisó las dos heridas abiertas y mandó a que me bañara y que me echara bastante agua en la herida, sin miedo, todo lo que pudiera. Le pregunté que si no dolería. Dijo que no. Se trata de limpieza por arrastre. Es decir, hay que lavar todo lo que se pueda y echar jabón para que el agua arrastre todo lo que tenga que llevarse. Me fui al baño. Esa mañana estaba una señora muy conocida que era como de la familia. Ella se había ofrecido a estar todo el día conmigo para auxiliarme. Es una señora muy especial y de una simpatía única que se ha hecho muy amiga de la familia. Ha sido solidaria en todos los momentos duros y bonitos de la familia y se había ofrecido a que ella estaría allí, con su niño, como ella me llama. Dios le pague.
Fui al baño. Ella preparó el agua tibia, regulando las dos llaves del agua. Preparó la ropa pijama que me colocaría después del baño y dispuso todo para mi aseo clínico porque se trataba de una limpieza de la herida con la limpieza de arrastre que produciría el agua. Me metí en la ducha, con mucha cautela, más bien, con mucho miedo al dolor. Metí la barriga al agua. No dolía, pero igual tenía miedo al dolor. Me estuve así un buen rato y buscaba que el agua cayera justo en las heridas para que lavaran. Tardaría unos quince o veinte minutos. No utilicé jabón. Tuve miedo de usarlo. Tampoco me bañé más nada, porque tenía miedo que el jabón y su contacto me lastimara. Salí. Me sequé. Todo alrededor de la ducha estaba empapado de agua, como era de suponer. Me vestí el pantalón del pijama. Llamé para que me ayudaran con la camisa ya que había que meter primero la botella del suero y sus mangueras por la manga derecha y después meter la mano para poder ponerme la camisa. Salí del baño y me fui a la cama. Fueron a llamar al médico. Vino el médico, volvió a colocarse unos guantes quirúrgicos y volvió a colocar el dedo en la herida para jurungar para todos los lados y echar agua oxigenada. Volvió a apretar y salió poco líquido. Volvió a echar otro líquido, limpió, secó y volvió a colocar gasas dejando las dos heridas abiertas como estaban. -- Vamos bien. Esperemos que todavía falta lo peor – comentó -- y se retiró.
La amiga de la familia se desvivía en atenciones. Comencé a llamarla en silencio como “mi hada madrina”. Y la miraba con simpatía y cariño. Ella era muy desenvuelta. Si había que solicitar algo en enfermería lo hacía con firmeza. No dudaba, y eso me gustaba porque se hacía sentir en su firmeza y seguridad. Muy distinto de mi familia que muy respetuosa iba y lo decía una sola vez, esperando que asistieran de una vez, pero no insistían. Todo con respeto y sin molestar. A veces, las enfermeras tardaban y se daban su postín, como se dice. Mientras que con ella o venían o venían, no tenían de otra, porque ella insistía. De hecho una de las enfermeras me había comentado que no le agradaba para nada esa señora porque era muy insistente. Pero, en esos casos es lo que se necesita. Además era una clínica y se estaba pagando, era lo que alegaba ella, y yo le daba la razón.
El médico me mandó a que comenzara a tomar agua, de a poquito, y que tomara también agua de manzanilla, para comenzar a hacer estómago.
En el transcurso de esa mañana recibí una llamada de un sacerdote que se había enterado de mi situación. Preguntó dónde estaba y cómo estaba. Prometió visitarme en cuanto pudiera. Lo hizo al día siguiente.
Recibí algunas visitas en ese día. Vino mi madre y se estuvo un buen rato. Charlamos de todo un poco. Llegó la hora de irse cada cual a sus casas a descansar. Mi hermana que había venido de Maturín se había ofrecido a pasar la noche cuidándome. Todos, casi a las diez de la noche se despidieron, sobre todo, todos los de mi familia. También la amiga de la familia, quien se ofreció para venir también el día siguiente para asistirme. La noche la pasé bien. Dormí bien, y los dolores ya no eran tantos, aunque no se podía obviar el de la herida, que de vez en cuando se hacía sentir. Mi hermana durmió en el mueble de la habitación. La pasó bien. Pudo dormir. No la molesté para nada.
Amaneció, y ya era otro día. Todo iba bien. A media mañana volvió el doctor. Me volvió mandar a bañar, como el día anterior, y todo igual como el día anterior. Nada de especial. Seguía tomando agua y agua de manzanilla. Llegó el relevo y la hermana se fue a descansar a la casa. Todo bien. Me visitó el sacerdote que me había llamado el día anterior. Una conversación muy amena. Se ofreció a celebrar la misa del domingo siguiente en la parroquia. Acepté y quedamos que a las ocho y diez de la mañana. Les mandé mensaje de texto a las personas encargadas de la parroquia de la hora de la misa y de quién iba. Todo bien.
Había dos personas de la parroquia visitándome. Se estuvieron casi todo el día y hablábamos de todo. Todo iba bien. Pero esa noche fue terrible. Mi hermana volvió a quedarse a velar mi sueño y mi salud. Pero esa noche fue el comienzo de un pequeño desespero. Como a la una de la mañana sentí ganas de ir al baño. Llamé a mi hermana para que me ayudara a levantar. Lo hizo y fui al baño. Allí mi estómago botó todo lo que contenía, pero en duro. Yo me alegré y pensé que la cosa iba para mejor, ahora sí. Cuando regresé con mi soporte a rastras en su propias ruedas porque en el colgaba el tratamiento de los antibióticos, le comenté a mi hermana que había evacuado, ella dijo que había oído, así sería la explosión que hasta ella había oído en la habitación y eso que la puerta del baño estaba cerrada. Nos echamos a reír de contentos. Comenzaría a mejorar y suponíamos que todo iba a ir mejor desde ese momento. -- ¡Que bueno! – dije -- ¡que bueno! -- Pero, “una cosa piensa el burro y otro el que lo arrea”, dice el refrán. Porque a la media hora volvía a llamar a mi hermana porque tenía que ir al baño. Esta vez fue líquido puro. Volví a la cama. En menos de otros diez minutos volví a llamar a mi hermana. Y así nos tuvimos toda la madrugada. Fueron siete u ocho visitas al baño en esas condiciones y era puro líquido. Llegué a sentir que se me iba la vida por esa parte del cuerpo y sin poder hacer nada. Llamamos a la enfermera y ésta después de consultar a la doctora de turno vino a decir que era normal. Me daba cosa por mi hermana porque ella no había no podido dormir y cómo.
Al fin amaneció. Las preguntas de rutina: -- ¿cómo pasó la noche, durmió?, etc… -- Muy mal. No dormí y mal de estómago toda la madrugada. -- Eso es normal -- decían. Tal vez, era la parte del tercer día, que sería la más difícil. -- Todavía faltan una dos noches más -- dijo el doctor. Tragué grueso y fue cuando sentí ganas de ser Dios, como el Doctor había querido serlo cuando no sabía qué pensar y hacer cuando lo del eco y esos exámenes, para yo adivinar qué era lo que se me avecinaba. Pero, el caso es que faltaban dos noches más. ¡Ay, Señor! No había otra que esperar la tormenta.
Para resumir toda esta historia, todo estuvo bien en el día. Logré dormir un poco. Esta vez volvió “mi hada madrina” y ella cerró la habitación, apagó la luz, y se sentó en un banquito en la parte de afuera de la habitación y no dejó pasar a nadie. La puerta había que dejarla entreabierta para que entrara el aire acondicionado del pasillo, porque el de la habitación estaba caprichoso, y a veces enfriaba y a veces no. La razón que daba el hada madrina para no dejar entrar a nadie era que estaba dormido, y de hecho. Logré dormir un poco y repuse un poco de fuerzas. Incluso el médico respetó la decisión de “mi hada madrina” y volvió cuando yo me desperté, y ella fue concretamente a buscarlo porque yo ya estaba despierto. Vino el médico como a las once de la mañana, y todo repetido como los dos días anteriores. Ahora ya podía comer cremitas y sopitas. Me trajeron una sopita, me la comí, porque sabía que tener reponer fuerzas, porque no soy muy amigo de las sopas. Pero, las circunstancias habían cambiado y mi sanación comenzaría con la sopita, por los momentos.
Esa tarde recibí otra visita de otro sacerdote amigo y esta visita si la esperaba y me extrañaba que no se hubiese dado. Alegó que se había enterado el día anterior. Me alegré de su visita. Echamos un poco de broma, como se hacen bromas los amigos. Se estuvo poco porque ya era tarde y tenía misa en su parroquia. Nos dimos la mano sin dejar de omitir alguna que otra bromita de despedida. Todo continuó bien. En un santiamén se llenó la habitación con toda mi familia. Iba oscureciendo. Los últimos en llegar habían traído algunas arepas rellenas con carne mechada, dos para cada uno. Se las comieron con ganas y no se hicieron al rogar. Yo miraba las arepas como esperando que me ofrecieran una, aunque era inútil porque lo que yo podía era solo cremitas y sopitas. Todo a su debido tiempo. Y mi tiempo era para otra cosa que no era precisamente un par de arepas como esas que se veían tan apetitosas. Vimos la televisión. Estaban dando un programa de una construcción de un edificio en China de 111 pisos, con unas características muy modernas en construcción y muy sorprendentes. Yo estaba sentado en la cama con los pies colgando en el aire hacia la parte derecha, como ya lo había dicho en alguna otra parte de esta historia, totalmente real. Junto a mí estaban mi sobrina y mi cuñada, sentadas en el otro resto de la cama. En el mueble estaban una hermana, un hermano, mi otra cuñada y otro hermano, y otro hermano estaba de pie. Mamá también estaba en el grupo. Todo era ameno y entre familia. Mi otra sobrina se había ido a llevar a una persona de la parroquia que se había quedado toda la tarde haciendo la visita. Y había que esperar a que regresara.
Llegó la hora de despedirse. Serían como las diez y media de la noche. Mi cuñada, se iría a quedar esa noche. Todos se fueron. Buenas noches para todos. Los besitos de las sobrinas para el tío y el choque de manos para mis hermanos y mi otra cuñada. Y la petición de la bendición para mi mamá. Todo bien.
Y esa noche fue muy pesada para mí. Ahora, ya no era el mal de estómago, sino unos dolores de espalda insoportables. Esta vez le tocó a mi otra cuñada una noche difícil. Le tocó pasar las de Caín, como la noche anterior para mi hermana. Mi cuñada me sobaba la espalda insistentemente y yo no podía con los dolores. Llamaron a la enfermera. Ella colocó medicina para el dolor, pero no hacía ningún efecto. Fue una noche inolvidable. Y se podía decir: “!Ay, qué noche la de anoche!”…
Amaneció. Todo lo de la rutina. Recuerdo que un hermano (pero no hermano, de la Iglesia, o algo así) llegó temprano a llevarse a mi cuñada para el trabajo, y que esta vez sí que la había pasado en claro, sin poder pegar ni siquiera los ojos, y me preguntó que cómo había amanecido. Mi respuesta fue, después de un largo silencio, “vivo, que ya es bastante”. Mi hermano con ello entendió todo. Había sido una noche terrible. Mi hermano cuenta después, que cuando oyó esa respuesta mía, había tragado grueso y que se le habían aguado los ojos. Pero, así había sido. No había otra y tampoco podía mentir, de qué iba a servir, tampoco iba a mejorar nada. Así había sido.
Ese día todo normal. Un poco de dormir en el día, mientras se pudo. El baño acostumbrado, con la limpieza de la herida. Todo igual. Visitas pocas, menos mal. Hay momentos en que no se quiere conversar con nadie sino lo indispensable. Ese momento era el justo para mí.
El doctor, preocupado, mandó hacer otra tomografía, esta vez, en otra clínica, para verificar y ver por qué los dolores de la espalda. Eso era muy raro. Me llevaron en una ambulancia a la clínica. Iba con nosotros el “hada madrina” en la ambulancia. Después de los exámenes dijeron que los entregaban al día siguiente. Pero el “hada madrina” se desenvuelve muy bien y empezó a hablar con uno y con otro de la clínica y logró que entregaran la tomografía esa misma tarde. ¡Como no estarle agradecido! Regresamos a la clínica donde estaba hospitalizado. El doctor miró la tomografía y sólo comentó que todo estaba bien, que no había nada raro. Comentó que podría ser la cama y el hecho de estar tanto tiempo acostado. Podría ser. Muchas veces hay que entender a los médicos. Ahora, creo, que él sabía todo lo que estaba pasando, pero no quería decir nada. Esta observación la estoy haciendo para la segunda edición de este libro, y después de todo lo que pasó, y que el lector ya debe saber… Pero, dejemos como vamos en esta historia… Ahora, si creo en las mentiras piadosas y en su necesidad… Ahí se estaba dando la aplicación de una mentira piadosa… ¡Ha de ser difícil muchas situaciones para un médico, como en ese caso…!
Esa misma tarde el hada madrina comenzó a hablar de que me cambiaran de habitación porque el aire no servía y la cama era muy incómoda. A pesar de que en los días anteriores habían venido los señores de mantenimiento de la clínica y habían movido algo de la consola del aire, el aire, seguía como iba, a veces enfriaba y otras no, siendo más las que no, lo que obligaba a tener siempre la puerta abierta de la habitación para que entrara el aire del pasillo. Era la única manera en que se mantenía más o menos fresca la habitación. Pero, ese día el hada madrina ya había perdido la paciencia y había ido a hablar hasta con la gente de la administración para que me cambiaran de habitación. Eso ayudaba y contribuía, ciertamente, a que las noches fueran como fueran en lo de insoportables, el calor y la cama. Algunas veces yo me pasaba al mueble-sofá que estaba en la habitación para poder dormir algo porque la cama era insufrible, como se dice. En esos días, el día, prácticamente, la pasaba en el mueble-sofá, unas veces sentado y otras, recostado para dormir. Ese día no accedieron al cambio de la habitación y volvieron los señores del mantenimiento a mover algo de la consola del aire, pero todo seguía igual.
Esa noche mi hermano se quedó a acompañarme. E hicimos un cambio. Él dormiría en la cama y yo en el mueble-sofá. El pobre no pudo dormir, pues no le encontraba la vuelta a la cama. Yo, tampoco dormí mucho, pues por la incomodidad de la herida que me lastimaba.
Al día siguiente el hada madrina no dio descanso hasta que logró el cambio de habitación. ¡Guao, que diferencia! Todo normal: el aseo, la limpieza y el aire que ahora enfriaba y la misma cama que era mucho más cómoda. Pasamos otro día más. Me dieron de alta al día siguiente.
El médico recomendó comer puras cremitas y sopitas y seguir un tratamiento de antibióticos, ahora oral, e igual el aseo de la herida, con su respectivo baño, tres veces al día. Mi cuñada se encargaba de hacer la limpieza de la herida, después del baño, y colocaba gasas para no dejar nada al descubierto. La herida tenía dos troneras grandes abiertas para que supurara todo el tiempo. Solo ver los dos como cráteres lunares en mi barriga daba una impresión de escalofrío. De hecho mi otra cuñada había tomado algunas fotografías para que quedara de recuerdo pero es mejor que no las coloquemos aquí, porque son grotescas, en el sentido de que impresionan. Y es mejor como vamos.
Todo siguió su marcha. La recuperación lenta. Justo hoy cuando estoy terminando el libro, llevo ocho días de haber sido cerrada la herida, aunque todavía con unos pequeños hoyitos para que siguiera supurando. Y catorce días de la intervención quirúrgica. ¿Qué será en este mientras quiten los puntos? No se sabe. Sin embargo, espero que todo vaya bien, como hasta ahora.

Todo bien, gracias a Dios y todas las circunstancias. Sanando lentamente. Pero como ya estamos por terminar hagamos algunas observaciones finales para dar por terminado el libro:

1.      Dios no abandona a nadie.
2.      Los agradecimientos a toda mi familia incluyendo a mis cuñadas y a mi hada madrina. Los sacerdotes tenemos que estar junto a nuestra familia. Es ella quien a la hora de la hora echa pa’lante, en todo y para todo. Es un error distanciarnos de nuestras familias, en aras de un falso desprendimiento.
3.      Agradecimientos al hospital Razetti. De hecho, los médicos que trabajan en este hospital hacen milagros. Y aquí hago una anotación muy importante: aquel que me hable mal del hospital Razetti, se va a llevar una respuesta un poco disonante de mi parte. ¡Hay que ver cómo trabaja esa gente y con qué dedicación, a pesar de los pesares!
4.      Agradecimientos al doctor, sobre todo por su paciencia. Que Dios lo bendiga con mucha salud. Los éxitos le vendrán por sí solos ya que todo en la vida es como el boomerang, se retorna a favor nuestro, el bien que se hace, o lo contrario. Y se ve que él tiene guáramo y aplomo profesional y ético. Lo demás vendrá solito.
5.      Agradecimientos a los incondicionales de la parroquia, que más que de la parroquia, son amigos personales. Lo demás es cuento.
6.      Gracias al plastrón, que, con todo y todo, hizo su función: no dejar que se contaminara allá adentro, con todo y lo complicado que resultara.

Y se acabó. Fin.

Fin.


SORPRESA:

            “Una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea”, dice nuestro refranero, y se cumple una vez más. Todo iba bien hasta el momento en que había terminado el libro. A la semana de haberlo terminado, como se evidencia en la parte anterior, tenía cita con el médico, para quitar los puntos y para ver los resultados de la biopsia de lo que sacaron en la intervención quirúrgica. El médico quitó todos los puntos. Ahí no hubo novedad. La novedad estaba en los resultados de la biopsia: -- hay noticias regulares -- dijo el médico una vez instalados en la oficina de la consulta. Yo pregunté muy deportivamente y el médico dijo que para qué iba a mentir: que la biopsia había arrojado que había un tumor maligno. Lo tomé muy a lo deportivo, pero no tanto mi hermano y su esposa que me habían ido a acompañar. Se les aguaron los ojos y se les enrojecieron más de la cuenta y empezaron a preguntar. Tal vez, yo no había escuchado bien, porque estaba muy tranquilo. El médico habló en sus términos y quedé en las mismas. Dijo, que se podía hacer algo y que cuanto antes mejor. Empezó a hacer algunas llamadas para ver algunas posibilidades de una tomografía y de algunas otras cosas de procedimiento médico e hizo algunos contactos para que me vieran al día siguiente. Habló de un cateter en la zona del cuello y de un tratamiento con quimioterapia y él mismo comenzó a hacer conexiones porque era para ya...

            En otras palabras, tenía cáncer. Copiemos del informe de la biopsia la parte donde lo decía, de manera que uno pudiera más o menos entender: “tumor maligno de estirpe linfoma topoyético compatible con linfoma no hodgkin difuso, tamaño 3,5x3,0 cm”. ¿Qué quiere decir? Eso sí que menos que lo sé.

            Y con esta nota, ahora sí doy por terminado este libro. Tal vez, me anime a escribir la experiencia del cáncer. Lo único que tengo que decir, es que la noticia apenas la estoy asimilando. No estaba preparado para semejante realidad. Estoy como que no entiendo nada de nada. Sorpresa…Nadie lo está…
            El caso se comenzó a tratar de manera inmediata, gracias a todos los contactos iniciales del Dr., y a los cuidados profesionales de los doctores del Hospital Luis Razetti de Barcelona y a los servicios maravillosos del Oncológico del mismo hospital. Será lo que será y “que Dios nos agarre confesaos”, como se dice, para lo que sea cuando sea…


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            Para esta segunda impresión se ha hecho una pequeña edición; es decir, se han corregido algunas cosas, como obviar nombres de la primera impresión. En el transcurso de la siguiente fase el autor de este libro escribió cuatro libros más. El primero de ellos es continuación de éste y se llama “Chévere, cambur pintón”, y es la experiencia del cáncer con todo el tratamiento de la quimioterapia; ese libro puede considerarse un libro de auto-ayuda, no sólo para los pacientes de cáncer, sino para cualquier persona, sobre todo por su contenido de psicología. Terminado el libro de “Chévere, cambur pintón”, el autor escribió “Calzón quitao y Cabeza pelá”, “Debajo de la matica” (novela), y “Todavía no ha estirado el rabo la puerca”. Este último libro cuenta de manera muy jocosa y simpática todo el proceso de su enfermedad con sus complicaciones, pues su cáncer no respondió positivamente al primer tratamiento y tuvo que someterse a transplante de médula ósea. En estos momentos en que el autor está haciendo esta anotación final para la segunda impresión de “Por culpa de la tripa (o gracias a ella)” se están realizando todos los exámenes pertinentes para el sometimiento del proceso de transplante de médula…y para el inicio de la nueva sesión de las quimioterapias…

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