15
Íbamos en el
mismo carro un hermano, mi cuñada y yo. Otro hermano y su esposa estaban
buscando los resultados de los exámenes de sangre, y todavía no habían llegado.
Habían quedado que nos esperarían en la vía para la clínica, que por ahí nos
encontraríamos. Yo iba con los dolores, a veces, más intensos, a veces, un
poquito menos, pero el dolor constante, sólo variaba su intensidad, como cuando
se le sube y se le baja el volumen a un radio, a veces, más, y a veces, menos.
Serían como
las cuatro de la tarde, tal vez cinco. Igual da que haya sido a la hora que
haya sido, lo importante es que era y como era, y que por lo visto, algo allá
adentro había hecho estragos, supongo. Y que ahí me llevaban, rumbo a la clínica.
En el camino
nos encontramos a mi hermano y a su esposa, que nos estaban esperando. Ellos
siguieron detrás en su carro. Llegamos a la clínica. Nos esperaba el doctor,
quien muy diligentemente dispuso de un cubículo con su respectiva camilla y me
acostó en ella. Revisó el abdomen y tanteó todo en su chequeo de rutina médica.
Todo estaba aparentemente bien, según su tacto. Le insistí al doctor que me
dolía mucho la parte de atrás. Revisó. Nada de especial atención. Todo bien.
-- Doctor, no puede ser, es que
me duele mucho la parte de atrás -- El doctor ya se mostró preocupado. No decía
nada. Todo era silencio.
Entonces, en
un arrebato de sinceridad miré directamente a los ojos del doctor, como siempre
lo había hecho y él conmigo desde un comienzo, y le dije: --“Doctor, ¿quiere
que le dé mi opinión?”-- Él no dijo
nada, pero asintió con un leve movimiento de cabeza, casi disimulado pero que
yo capté que aceptaría lo que yo iría a decir. Le dije:
-- “Doctor, arriésguese, y opere
Doctor… Lo que vaya a ser que sea ya, doctor. Ya no aguanto más, doctor”--
Sentí que el doctor entreabrió más los ojos a través de sus lentes y respondió:
-- “Yo no soy el que me arriesgo… es usted el que se arriesga” -- Sentí que los
que me acompañaban se movieron y se echaron hacia atrás como diciendo “está
loco”, ¿qué esta diciendo? Está loco fue el feedback que recibí de ellos, era
lo que me transmitían, y en parte les doy la razón, pero tenían que colocarse
un poquito en mi lugar. Entonces le respondí al doctor: -- “no importa doctor”
-- e, insistí -- “doctor, lo que vaya a ser que sea ya, de una vez”. No se
preocupe doctor -- El doctor aceptó mi sugerencia y empezó a disponer todo para
la intervención.
Lo primero que
dijo el doctor fue que pasaran por la administración para el ingreso y todos
los demás trámites. Mi otro hermano fue y se encargó de todos esos detalles que
en una clínica no dejan pasar por alto ni por descuido, por eso son clínicas
privadas y son empresas. Ahí no cabe la menor duda y se entiende que así sea.
Se comenzó a tramitar la clave de acceso del seguro en el que tengo una póliza
para esas y otras muchas emergencias. Aquello era interminable. La gente del
seguro se negaba, que no, que en esa clínica no, que tenía que ser en otra y
daba el nombre, y era el nombre de la que yo le tenía tanto miedo, y menos mal
que no fuimos desde un principio a ella, ya que según todo los que nos
informaron los médicos, haber abierto en mis circunstancias, era muerte segura,
y descanse en paz y Amén. Y paguen, igualito,
antes de sacar al muerto, o quien sabe cuánto tiempo hubiesen dejado al
muerto en observación para cobrar un poquito más, total lo estaría pagando el
seguro…
El seguro se
resistía a aceptar y dar la clave de acceso para dar la autorización de mi
hospitalización e intervención quirúrgica. Hubo que llamar a la muchacha que
había hecho de corredora del seguro para hablar con ella y explicar lo que en
esas circunstancias no tiene explicación sino aplicación. Así de sencillo.
Tampoco voy a decir el nombre del seguro, no sea que me demanden, pero cuántas
ganas tengo de decir su nombre y su compañía para que nadie se apunte en ese
seguro. Creo que el calificativo sería menos del límite de ineficiente. Tanto
insistieron que casi como a las ocho de la noche fue que aceptaron y dieron la
clave. El doctor, mientras tanto, estaba haciendo todos los preparativos, y
entre otras cosas, estaba contactando a otros médicos para que vinieran a darle
una mano, con su respectivo pago, supongo, porque en esas circunstancias e
instituciones nadie trabaja de gratis. Y se entiende. En caso de que el seguro
no aceptara mi familia estaba dispuesta a juntar lo que se pudiera juntar,
añadiendo también de lo poco de lo mío, para que la intervención fuera a como
diera lugar y a pesar de todos.
Mis hermanos
hablaron con el médico en los pasillos. El doctor decía que iba a operar porque
el padre se lo había pedido de por favor, y porque a pesar de que clínicamente
todo estaba bien, por lo menos al tacto, el paciente tenía dolor y síntomas que
no iban y encuadraban con el análisis clínico. Que algo estaba pasando, sobre
todo con los dolores en la parte de atrás. Mis hermanos estaban asustados y es
de suponer. Pero el médico los tranquilizaba porque todo iba a salir bien. Lo
primero que harían sería la laparoscopia y harían un estudio preliminar para
ver cómo estaría todo allá adentro. Sólo después del sondeo con la laparoscopia
abrirían para intervenir y sacar lo que había que sacar. Que estuvieran
tranquilos.
Mientras
tanto, a mi me mandaron a rasurarme la parte baja del abdomen y me pusieron una
bata abierta de color azul y unas zapatillas del mismo material y color. Ya
habían venido a hidratarme y creo que ya llevaba dos botellas de solución.
También me pusieron un gorro del mismo material y color. Debí verme
cuchi-cuchi. Lástima que no me tomaron una foto, porque sería parte del
recuerdo y de la historia, ya porque fuese positiva para recordarlas y reírnos
después de los acontecimientos, o, ya para que quedara como recuerdo nostálgico
de lo último que me hubiese puesto. Todo era posible.
Como a las
nueve y media de la noche vinieron por mí. Me hicieron cambiar de camilla y me
llevaron a la sala de operaciones. Allí había un enfermero y una enfermera y
tres doctores. Estaba la doctora anestesióloga quien me preguntó que si fumaba,
que si tomaba, que si tenía cáncer, que si… y un poco de preguntas y un poco de
respuestas cortas y precisas. Casi todas eran “no”. Yo seguía rezando mi
rosario con mucha tranquilidad. Y no era que estaba rezando el rosario porque
estaba asustado, o porque soy un santo y quería echármelas de muy-muy, sino
porque rezo el rosario todos los días y ya es costumbre en mí, además porque
soy cura, y ya es costumbre el que rece el rosario cuando no tengo nada qué
hacer para entretenerme, una o varias veces al día, para tener entretenido el
pensamiento en algo positivo. Y no tenía nada qué hacer. Estaba estirado en una
camilla en la sala de operaciones de una clínica. Ná’pelusa, como se dice. En
qué iba a pensar. Por lo menos rezaba el rosario y con eso me entretenía con
toda naturalidad y no llevaba la cuenta de las Avemarías…
Intenté
percatarme de mis sentimientos en esos momentos. Me sentía muy tranquilo. La
conciencia no me reclamaba nada. Todo lo que había hecho lo había hecho con conciencia
y no sentía que me había aprovechado de nadie. Y eso me tranquilizaba. Recordé
algunos casos en donde las cosas se me habían torcido y me había metido en
algunos problemas. Pero, no porque lo había hecho con esa intención de causar
problemas o complicaciones, sino porque las otras personas las habían torcido
para sus propios provechos en perjuicio mío. Y, entonces, se habían presentado
problemas. Pero, aun así, me sentía muy tranquilo, porque había hecho las cosas
con conciencia y creo que también con conciencia y libertad de las otras
personas. No me había aprovechado de nadie ni de nada. Todo lo había hecho con
libertad, y, con seguridad las otras personas también, pero que se les habían
despertado intereses y circunstancias distintas que entonces habían torcido las
cosas para sus provechos. Pero mi conciencia no me reclamaba nada. Todavía hoy.
Gracias a Dios. Y si eso el cielo… Eso creo…
Recé por esas
personas un avemaría. Y no por santo o porque tenía miedo del más allá. Eso me
tiene sin cuidado. Eso ya es problema del más allá y de Dios. No el mío. A mí
me toca resolver es el más acá, aunque yo estaba entre el más acá y el más
allá. Eso sí, ni para saber hacia donde más. Estaba tranquilo, en todo caso. Y
eso me daba mucha paz.
Quise llamar
al doctor para decirle que si las cosas se complicaban que lo dejara todo, que
no luchara, que me dejara ir, pero que no me hiciera sufrir, porque soy muy
cobarde al dolor. Pero no tuve la oportunidad. Sólo vi al doctor en un instante
y no pude conversar con él.
No supe más de
mundo. No vi luces ni nada parecido, ni jardines. Algunos en esos casos cuentan
que han visto a San Pedro con un bojote de llaves. Yo no ví, ni siquiera el
bojote, muchos menos las llaves. Algunos cuentan unos encuentros de luz
maravillosas. Tal vez, porque no me habían puesto los reflectores del quirófano
en toda la cara, sino en el abdomen, que era donde iban a operar y a maniobrar.
No supe de más. Sólo cuando sentía que respiraba con dificultad y como que
roncaba con mi respiración. Sentí que movieron la camilla hacia atrás y me
dejaron un momento. Después sentí que movieron la camilla, tal vez hacia el
pasillo. Recuerdo haber visto a mi mamá y haberle pedido la bendición. Ella me
la dio. Recuerdo que el camillero o enfermero me pidió que me moviera y que me
cambiara de camilla, tal vez, para la de la habitación. Lo intenté pero no me
obedeció el cuerpo y le contesté -- “no
puedo; ayúdenme” -- Y en eso mi
hermano y el enfermero, y no recuerdo quien más, me alzaron y me cambiaron de
la camilla a la cama. Oía que decían que se había complicado y debió ser,
porque según me cuentan, eso era lo que yo repetía, pero no recuerdo haberlo
dicho. Tal vez, sí. La anestesia. O tal vez sí se había complicado…O ya todo
estaba complicado antes de la misma operación…
Recuerdo haber
preguntado la hora. Me dijeron que era más de la una de la mañana. Ya era
domingo. Recuerdo que se quedaron mi hermano y mi cuñada para cuidarme, a los
que miraba de vez en cuando y les hacía señales con las manos, como diciéndoles
“hola; aquí estoy”. Ellos también movían las manos como respuesta y yo
continuaba como estaba entre dormir un poquito y despertarme otro. Ellos
estaban apurruñados en el mueble de la habitación y como pudieron se acomodaron
para pasar el resto de la madrugada.
Amaneció y
vimos, como se dice (el refrán dice “amanecerá y veremos”). Todo normal. La
renovación del tratamiento, las inyecciones de rutina. Como a las nueve de la
mañana vino el doctor. Saludó. Nos saludamos cariñosamente. Quitó la cobija y
revisó la herida. Tanteó alrededor para ver si dolía, y en algunos sitios
dolía, pero ya no tanto como antes de la intervención. Todo normal. No hizo
nada. Hablamos muy superficialmente y se fue hasta el otro día en la mañana que
volvió a hacer la primera cura al cura.
Suena cómico, pero así era. En esa cura quitó algunos puntos para abrir la
herida para que supurara. Vi al diablo en ropa interior, del dolor (es una
manera de decir). El médico metió el dedo, echaron agua oxigenada y salían
burbujas blancas a torrentes. Echó otro líquido y comenzó a limpiar y después a
tapar con gasas. Cerró y dejó así hasta el otro día. Aquí vale la pena colocar
aquel chiste del médico que era tan malo como médico que al día siguiente
cuando iba a visitar a los pacientes, en vez de preguntarles que ¿cómo habían amanecido?, preguntaba: ¿cómo? ¿Amaneció? No era el caso
presente, por supuesto, para alivio mío y consuelo de mi familia.
Ese domingo
vinieron dos personas de la parroquia a visitarme. No estaba para visitas pero
tenía que atenderlas. Me conformaba con mi familia que estaba toda presente. Mi
cuñada y mi hermano se habían ido a descansar. Prácticamente nadie de mi
familia había descansado porque llegaron, según me contaron después, casi a las
cuatro de la mañana de regreso a la casa, y entre hablar de la situación y de
la operación, porque los que se habían quedado querían detalles, se hicieron
las seis de la mañana. A esa hora prepararon desayuno para todos y para los que
se habían quedado en la clínica y volvieron otra vez a la clínica. En esos
casos pasa el trabajo el enfermo pero también los familiares. Tal vez, más
ellos, porque uno está donde está y hasta acostado dispuesto a que le hagan de
todo. Mientras que a los familiares les toca todo el corre-corre de esos casos,
que si la comida para el resto, que si la ropa del enfermo, que si el dormir o
descansar un poco, que si la medicina, que si el dinero que falta para ir y
venir, que si el trasnocho, que si el cambio de turno para cuidar al enfermo.
Es duro para ellos. Y, es donde, uno, como enfermo también se puede valer de la
ocasión de enfermo y aprovecharse de la generosidad de la familia, y pasar a
ser la víctima, que si con los dolores, que si me lleven o carguen para allá,
que si me muevan para este otro lado. Uno, realmente, se puede aprovechar y
hasta abusar de su situación. Y, es, entonces, cuando se necesita estar bien
aplomado para evitar esa tentación. Y el enfermo tiene que tener todo bien
puesto para no dejarse victimizar, porque esa es la otra tentación. La familia
lo sobreprotege a uno que a veces lo inutiliza. Creo que la cosa tiene que ser
como dice el refrán: “ni tanto que queme
al santo, ni tan poco que deje de alumbrarlo”. Ciertamente, uno está
enfermo, pero no inútil, aunque casi es la misma cosa porque uno enfermo ya es
un inútil, no sirve para nada, sino para estar enfermo. Pero, no se trata de
exagerar la nota, como se dice.
A este punto
creo que sería muy bueno hacer dos decálogos o dos reglas, tanto para el
enfermo como para la familia del enfermo. Tal vez no llegue a diez en cada
caso, porque por eso se llama decálogo (diez leyes o normas o lineamientos),
pero intentémoslo, a ver. Comencemos con los diez lineamientos y las diez leyes
para el enfermo, primero.
Decálogo del enfermo:
1)
Está enfermo, no inútil. Procure hacer sus cosas sin
necesidad de estar molestando a la familia.
2)
Procure que no le estén dando la comida en la boca
cuando usted mismo lo puede hacer. No está inútil.
3)
Procure no quejarse tanto. Se sabe que le duele, aquí o
allá, en los dos lados al mismo tiempo, pero no haga sufrir a la familia que
quiere que usted no sufra. Pero aguante.
4)
No ponga cara de victima, que ya todo el mundo sabe que
está enfermo.
5)
Ponga cara de elegancia, a pesar de los pesares, y no
busque llamar la atención ni buscar dar lástima.
6)
Tenga dignidad como persona. No se deje manipular por
los que quieren ayudarle, ya que ellos también, en su muy buena intención
buscan inutilizarlo más de lo que ya está por lo postrado en la cama.
7)
Mantenga su propio aseo, si es posible hacerlo por
usted mismo. Es muy lastimero llegar a ese extremo de que le tengan que colocar
hasta el envase para orinar o lo otro debajo. Si usted puede hacerlo y
levantarse, hágalo. No haga más deprimente la situación.
8)
Sea firme en darles un parado a la familia que quiere
que usted no haga nada porque todo se lo quieren hacer ellos.
9)
Sea agradecido con todos. Por lo menos sonría y hable
con cariño ya que todos están muy sensibles y una palabra disonante de su parte
les duele mucho a ellos. Haga que todos, con todo y todo, se sientan a gusto de
estar a su lado acompañándolo.
10) Procure
hablar de otras cosas que no sea de la enfermedad, aunque a veces es
inevitable.
11) No
eche las culpas a nadie. Así es la vida, y qué le vamos a hacer. Sufrirla y
vivirla como viene y venga. “Lo que jué,
jué; dijo la boba”, como dice el refrán. O, sea, que la boba no era tan
boba, era inteligente, y no está echando culpa ni a nada ni a nadie.
Como ven,
salieron hasta once leyes. De manera que ya no se podría llamar decálogo, sino
undecimocálogo, es decir, once leyes. Esa palabra tal vez ni exista, pero vamos
a inventarla y séanos válida. Las palabras no porque no estén en el diccionario
de la Real
lengua española o en el diccionario, no existen y no son válidas. Al contrario.
Véase lo que dice Ángel Rosemblat en su colección de Buenas y malas palabras,
al respecto. O, sea, que ya existe esa palabra y es válida porque la estoy
usando aquí, y es válida y útil para querer expresar lo que se está queriendo
expresar. Véase también en la parte de la filosofía
del arte, donde se dice y habla de lo inexpresable en el contenido de lo
que se quiere decir, que se lleva a utilizar frases o palabras que recogen todo
lo que se quiere expresar, ya sea, en el arte del escribir o en cualquiera de
sus manifestaciones que el arte tiene. Eso como para colocarme a la defensiva
para justificar lo que estoy diciendo.
Ahora bien.
Pasemos al decálogo para los familiares del enfermo y otro para sus visitantes.
Por lo visto en algunos puntos se van a parecer al undecimocálogo anterior.
Veamos.
Decálogo para los familiares del
enfermo:
1)
El enfermo está enfermo, no inútil. Deje que él puede
hacer algunas cosas por él mismo.
2)
Evite el sentimiento de paternalismo que paraliza y
estupidiza al enfermo. Él puede solo. Déjelo.
3)
Ayude a que el enfermo tenga respeto por sí mismo. Es
una persona que tiene dignidad. Respétesela y haga que él mismo la respete.
4)
No sienta los males que el enfermo siente, ni tampoco
le invente más males de los que ya tiene. Es decir, a veces, al enfermo no le
duele la cabeza y a veces la familia inventa que le duele la cabeza y comienza
a tratarlo como tal. Eso indigna al enfermo que tiene respeto y dignidad.
5)
No manipule al enfermo para que haga esto o aquello
otro, porque está enfermo. Respételo. Y si el enfermo dijo que no a tal o cual
cosa o sugerencia, no se la imponga. Respételo.
6)
No se deje manipular por el enfermo, que a veces, sacan
partido y ventaja de su situación.
7)
No ponga cara de lástima cuando venga a verlo o cuando
está acompañándolo. Eso fastidia al enfermo que se respeta además de contagiar
energía negativa.
8)
No hable muy duro ni tire las puertas de la habitación
porque eso perturba la mente y la estabilidad emocional del enfermo que está
muy sensible.
9)
No esté sobando al enfermo más de la cuenta. Algunos
familiares comienzan que si a sobarles las manos o los brazos como si con ello
aliviaran el mal. El mucho contacto físico fastidia. Guarde su debida
distancia. Todo donde debe estar.
10) No
apurruñe al enfermo ni le hable así como a niño recién nacido, así como,
chuuucucuucuu. Eso molesta e indigna. Es el mismo fulano pero que está enfermo,
no un fulano que ahora es un fulanito o niño. No exageren.
Ya salieron
las diez normas para los familiares y los que asisten a los enfermos. Tener en
cuenta esos y muchos otros detalles ayudan mucho a la recuperación rápida, ya
que es muy importante la no inutilización del enfermo, ni para chantaje, ni
para chantajear. Todo en su justo equilibrio. Parte de la recuperación física
está en la mente del enfermo y se puede estar incapacitado circunstancialmente
de manera física, más no de manera emocional y en la mente. Este libro es una
prueba palpable y evidente de eso. Este libro está siendo escrito en plena
convalecencia de mi enfermedad. Todavía no tengo una semana que me dieron de
alta de la clínica y apenas tengo apenas unos días que cerraron la herida que
habían dejado abierta para que supurara y estoy escribiendo el libro, y ya
estoy casi a punto de terminarlo. Tengo que bañarme tres veces al día y curar la
herida que todavía está supurando porque dejaron dos hoyitos para que por ahí
salga todo el resto que tiene que salir y con una cicatriz que está sanando
pero de manera muy lenta. Cuando me duele, tanto la espalda, porque todavía
duele y no entiendo por qué, pero duele, o la barriga donde tengo la herida que
está cicatrizando me tengo que acostar un buen rato después de una pastilla
para el dolor. En esas ando. Y en esas estoy casi terminando el libro. A mí me
encanta y no lo releo, sino para corregir errores ortográficos, y no para
cambiar palabras o añadir otras para que sea más bonito. Eso no. Sería
estropear mi propia expresión.
Otra cosa que el libro sea bueno o no. Eso es
ya cuestión de gustos, y aquí tienen razón los críticos de arte, que dicen que
el arte no se hace para agradar a nadie, si no, ya no sería arte. El arte se
hace, ya una pintura, un poema, una canción, o cualquier manifestación de
expresión humana, porque se siente la necesidad de hacerlo y de expresarse, sin
pensar que va a gustar o no. Porque si así fuera, ya no sería arte, sino
comercio porque se busca que guste tal o cual producción. Y eso ya no sería
sino producción en serie, y dejaría de ser expresión. Así que el valor o su
bonitura no es lo que cuenta.
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