viernes, 30 de diciembre de 2016

15

15         


Íbamos en el mismo carro un hermano, mi cuñada y yo. Otro hermano y su esposa estaban buscando los resultados de los exámenes de sangre, y todavía no habían llegado. Habían quedado que nos esperarían en la vía para la clínica, que por ahí nos encontraríamos. Yo iba con los dolores, a veces, más intensos, a veces, un poquito menos, pero el dolor constante, sólo variaba su intensidad, como cuando se le sube y se le baja el volumen a un radio, a veces, más, y a veces, menos.
Serían como las cuatro de la tarde, tal vez cinco. Igual da que haya sido a la hora que haya sido, lo importante es que era y como era, y que por lo visto, algo allá adentro había hecho estragos, supongo. Y que ahí me llevaban, rumbo a la clínica.
En el camino nos encontramos a mi hermano y a su esposa, que nos estaban esperando. Ellos siguieron detrás en su carro. Llegamos a la clínica. Nos esperaba el doctor, quien muy diligentemente dispuso de un cubículo con su respectiva camilla y me acostó en ella. Revisó el abdomen y tanteó todo en su chequeo de rutina médica. Todo estaba aparentemente bien, según su tacto. Le insistí al doctor que me dolía mucho la parte de atrás. Revisó. Nada de especial atención. Todo bien.
-- Doctor, no puede ser, es que me duele mucho la parte de atrás -- El doctor ya se mostró preocupado. No decía nada. Todo era silencio.
Entonces, en un arrebato de sinceridad miré directamente a los ojos del doctor, como siempre lo había hecho y él conmigo desde un comienzo, y le dije: --“Doctor, ¿quiere que le dé mi opinión?”--  Él no dijo nada, pero asintió con un leve movimiento de cabeza, casi disimulado pero que yo capté que aceptaría lo que yo iría a decir. Le dije:
-- “Doctor, arriésguese, y opere Doctor… Lo que vaya a ser que sea ya, doctor. Ya no aguanto más, doctor”-- Sentí que el doctor entreabrió más los ojos a través de sus lentes y respondió: -- “Yo no soy el que me arriesgo… es usted el que se arriesga” -- Sentí que los que me acompañaban se movieron y se echaron hacia atrás como diciendo “está loco”, ¿qué esta diciendo? Está loco fue el feedback que recibí de ellos, era lo que me transmitían, y en parte les doy la razón, pero tenían que colocarse un poquito en mi lugar. Entonces le respondí al doctor: -- “no importa doctor” -- e, insistí -- “doctor, lo que vaya a ser que sea ya, de una vez”. No se preocupe doctor -- El doctor aceptó mi sugerencia y empezó a disponer todo para la intervención.
Lo primero que dijo el doctor fue que pasaran por la administración para el ingreso y todos los demás trámites. Mi otro hermano fue y se encargó de todos esos detalles que en una clínica no dejan pasar por alto ni por descuido, por eso son clínicas privadas y son empresas. Ahí no cabe la menor duda y se entiende que así sea. Se comenzó a tramitar la clave de acceso del seguro en el que tengo una póliza para esas y otras muchas emergencias. Aquello era interminable. La gente del seguro se negaba, que no, que en esa clínica no, que tenía que ser en otra y daba el nombre, y era el nombre de la que yo le tenía tanto miedo, y menos mal que no fuimos desde un principio a ella, ya que según todo los que nos informaron los médicos, haber abierto en mis circunstancias, era muerte segura, y descanse en paz y Amén. Y paguen, igualito,  antes de sacar al muerto, o quien sabe cuánto tiempo hubiesen dejado al muerto en observación para cobrar un poquito más, total lo estaría pagando el seguro…
El seguro se resistía a aceptar y dar la clave de acceso para dar la autorización de mi hospitalización e intervención quirúrgica. Hubo que llamar a la muchacha que había hecho de corredora del seguro para hablar con ella y explicar lo que en esas circunstancias no tiene explicación sino aplicación. Así de sencillo. Tampoco voy a decir el nombre del seguro, no sea que me demanden, pero cuántas ganas tengo de decir su nombre y su compañía para que nadie se apunte en ese seguro. Creo que el calificativo sería menos del límite de ineficiente. Tanto insistieron que casi como a las ocho de la noche fue que aceptaron y dieron la clave. El doctor, mientras tanto, estaba haciendo todos los preparativos, y entre otras cosas, estaba contactando a otros médicos para que vinieran a darle una mano, con su respectivo pago, supongo, porque en esas circunstancias e instituciones nadie trabaja de gratis. Y se entiende. En caso de que el seguro no aceptara mi familia estaba dispuesta a juntar lo que se pudiera juntar, añadiendo también de lo poco de lo mío, para que la intervención fuera a como diera lugar y a pesar de todos.
Mis hermanos hablaron con el médico en los pasillos. El doctor decía que iba a operar porque el padre se lo había pedido de por favor, y porque a pesar de que clínicamente todo estaba bien, por lo menos al tacto, el paciente tenía dolor y síntomas que no iban y encuadraban con el análisis clínico. Que algo estaba pasando, sobre todo con los dolores en la parte de atrás. Mis hermanos estaban asustados y es de suponer. Pero el médico los tranquilizaba porque todo iba a salir bien. Lo primero que harían sería la laparoscopia y harían un estudio preliminar para ver cómo estaría todo allá adentro. Sólo después del sondeo con la laparoscopia abrirían para intervenir y sacar lo que había que sacar. Que estuvieran tranquilos.
Mientras tanto, a mi me mandaron a rasurarme la parte baja del abdomen y me pusieron una bata abierta de color azul y unas zapatillas del mismo material y color. Ya habían venido a hidratarme y creo que ya llevaba dos botellas de solución. También me pusieron un gorro del mismo material y color. Debí verme cuchi-cuchi. Lástima que no me tomaron una foto, porque sería parte del recuerdo y de la historia, ya porque fuese positiva para recordarlas y reírnos después de los acontecimientos, o, ya para que quedara como recuerdo nostálgico de lo último que me hubiese puesto. Todo era posible.
Como a las nueve y media de la noche vinieron por mí. Me hicieron cambiar de camilla y me llevaron a la sala de operaciones. Allí había un enfermero y una enfermera y tres doctores. Estaba la doctora anestesióloga quien me preguntó que si fumaba, que si tomaba, que si tenía cáncer, que si… y un poco de preguntas y un poco de respuestas cortas y precisas. Casi todas eran “no”. Yo seguía rezando mi rosario con mucha tranquilidad. Y no era que estaba rezando el rosario porque estaba asustado, o porque soy un santo y quería echármelas de muy-muy, sino porque rezo el rosario todos los días y ya es costumbre en mí, además porque soy cura, y ya es costumbre el que rece el rosario cuando no tengo nada qué hacer para entretenerme, una o varias veces al día, para tener entretenido el pensamiento en algo positivo. Y no tenía nada qué hacer. Estaba estirado en una camilla en la sala de operaciones de una clínica. Ná’pelusa, como se dice. En qué iba a pensar. Por lo menos rezaba el rosario y con eso me entretenía con toda naturalidad y no llevaba la cuenta de las Avemarías…
Intenté percatarme de mis sentimientos en esos momentos. Me sentía muy tranquilo. La conciencia no me reclamaba nada. Todo lo que había hecho lo había hecho con conciencia y no sentía que me había aprovechado de nadie. Y eso me tranquilizaba. Recordé algunos casos en donde las cosas se me habían torcido y me había metido en algunos problemas. Pero, no porque lo había hecho con esa intención de causar problemas o complicaciones, sino porque las otras personas las habían torcido para sus propios provechos en perjuicio mío. Y, entonces, se habían presentado problemas. Pero, aun así, me sentía muy tranquilo, porque había hecho las cosas con conciencia y creo que también con conciencia y libertad de las otras personas. No me había aprovechado de nadie ni de nada. Todo lo había hecho con libertad, y, con seguridad las otras personas también, pero que se les habían despertado intereses y circunstancias distintas que entonces habían torcido las cosas para sus provechos. Pero mi conciencia no me reclamaba nada. Todavía hoy. Gracias a Dios. Y si eso el cielo… Eso creo…
Recé por esas personas un avemaría. Y no por santo o porque tenía miedo del más allá. Eso me tiene sin cuidado. Eso ya es problema del más allá y de Dios. No el mío. A mí me toca resolver es el más acá, aunque yo estaba entre el más acá y el más allá. Eso sí, ni para saber hacia donde más. Estaba tranquilo, en todo caso. Y eso me daba mucha paz.
Quise llamar al doctor para decirle que si las cosas se complicaban que lo dejara todo, que no luchara, que me dejara ir, pero que no me hiciera sufrir, porque soy muy cobarde al dolor. Pero no tuve la oportunidad. Sólo vi al doctor en un instante y no pude conversar con él.
No supe más de mundo. No vi luces ni nada parecido, ni jardines. Algunos en esos casos cuentan que han visto a San Pedro con un bojote de llaves. Yo no ví, ni siquiera el bojote, muchos menos las llaves. Algunos cuentan unos encuentros de luz maravillosas. Tal vez, porque no me habían puesto los reflectores del quirófano en toda la cara, sino en el abdomen, que era donde iban a operar y a maniobrar. No supe de más. Sólo cuando sentía que respiraba con dificultad y como que roncaba con mi respiración. Sentí que movieron la camilla hacia atrás y me dejaron un momento. Después sentí que movieron la camilla, tal vez hacia el pasillo. Recuerdo haber visto a mi mamá y haberle pedido la bendición. Ella me la dio. Recuerdo que el camillero o enfermero me pidió que me moviera y que me cambiara de camilla, tal vez, para la de la habitación. Lo intenté pero no me obedeció el cuerpo y le contesté -- “no puedo; ayúdenme” --  Y en eso mi hermano y el enfermero, y no recuerdo quien más, me alzaron y me cambiaron de la camilla a la cama. Oía que decían que se había complicado y debió ser, porque según me cuentan, eso era lo que yo repetía, pero no recuerdo haberlo dicho. Tal vez, sí. La anestesia. O tal vez sí se había complicado…O ya todo estaba complicado antes de la misma operación…
Recuerdo haber preguntado la hora. Me dijeron que era más de la una de la mañana. Ya era domingo. Recuerdo que se quedaron mi hermano y mi cuñada para cuidarme, a los que miraba de vez en cuando y les hacía señales con las manos, como diciéndoles “hola; aquí estoy”. Ellos también movían las manos como respuesta y yo continuaba como estaba entre dormir un poquito y despertarme otro. Ellos estaban apurruñados en el mueble de la habitación y como pudieron se acomodaron para pasar el resto de la madrugada.
Amaneció y vimos, como se dice (el refrán dice “amanecerá y veremos”). Todo normal. La renovación del tratamiento, las inyecciones de rutina. Como a las nueve de la mañana vino el doctor. Saludó. Nos saludamos cariñosamente. Quitó la cobija y revisó la herida. Tanteó alrededor para ver si dolía, y en algunos sitios dolía, pero ya no tanto como antes de la intervención. Todo normal. No hizo nada. Hablamos muy superficialmente y se fue hasta el otro día en la mañana que volvió a hacer la primera cura al cura. Suena cómico, pero así era. En esa cura quitó algunos puntos para abrir la herida para que supurara. Vi al diablo en ropa interior, del dolor (es una manera de decir). El médico metió el dedo, echaron agua oxigenada y salían burbujas blancas a torrentes. Echó otro líquido y comenzó a limpiar y después a tapar con gasas. Cerró y dejó así hasta el otro día. Aquí vale la pena colocar aquel chiste del médico que era tan malo como médico que al día siguiente cuando iba a visitar a los pacientes, en vez de preguntarles que ¿cómo habían amanecido?, preguntaba: ¿cómo? ¿Amaneció? No era el caso presente, por supuesto, para alivio mío y consuelo de mi familia.
Ese domingo vinieron dos personas de la parroquia a visitarme. No estaba para visitas pero tenía que atenderlas. Me conformaba con mi familia que estaba toda presente. Mi cuñada y mi hermano se habían ido a descansar. Prácticamente nadie de mi familia había descansado porque llegaron, según me contaron después, casi a las cuatro de la mañana de regreso a la casa, y entre hablar de la situación y de la operación, porque los que se habían quedado querían detalles, se hicieron las seis de la mañana. A esa hora prepararon desayuno para todos y para los que se habían quedado en la clínica y volvieron otra vez a la clínica. En esos casos pasa el trabajo el enfermo pero también los familiares. Tal vez, más ellos, porque uno está donde está y hasta acostado dispuesto a que le hagan de todo. Mientras que a los familiares les toca todo el corre-corre de esos casos, que si la comida para el resto, que si la ropa del enfermo, que si el dormir o descansar un poco, que si la medicina, que si el dinero que falta para ir y venir, que si el trasnocho, que si el cambio de turno para cuidar al enfermo. Es duro para ellos. Y, es donde, uno, como enfermo también se puede valer de la ocasión de enfermo y aprovecharse de la generosidad de la familia, y pasar a ser la víctima, que si con los dolores, que si me lleven o carguen para allá, que si me muevan para este otro lado. Uno, realmente, se puede aprovechar y hasta abusar de su situación. Y, es, entonces, cuando se necesita estar bien aplomado para evitar esa tentación. Y el enfermo tiene que tener todo bien puesto para no dejarse victimizar, porque esa es la otra tentación. La familia lo sobreprotege a uno que a veces lo inutiliza. Creo que la cosa tiene que ser como dice el refrán: “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que deje de alumbrarlo”. Ciertamente, uno está enfermo, pero no inútil, aunque casi es la misma cosa porque uno enfermo ya es un inútil, no sirve para nada, sino para estar enfermo. Pero, no se trata de exagerar la nota, como se dice.
A este punto creo que sería muy bueno hacer dos decálogos o dos reglas, tanto para el enfermo como para la familia del enfermo. Tal vez no llegue a diez en cada caso, porque por eso se llama decálogo (diez leyes o normas o lineamientos), pero intentémoslo, a ver. Comencemos con los diez lineamientos y las diez leyes para el enfermo, primero.

Decálogo del enfermo:

1)      Está enfermo, no inútil. Procure hacer sus cosas sin necesidad de estar molestando a la familia.
2)      Procure que no le estén dando la comida en la boca cuando usted mismo lo puede hacer. No está inútil.
3)      Procure no quejarse tanto. Se sabe que le duele, aquí o allá, en los dos lados al mismo tiempo, pero no haga sufrir a la familia que quiere que usted no sufra. Pero aguante.
4)      No ponga cara de victima, que ya todo el mundo sabe que está enfermo.
5)      Ponga cara de elegancia, a pesar de los pesares, y no busque llamar la atención ni buscar dar lástima.
6)      Tenga dignidad como persona. No se deje manipular por los que quieren ayudarle, ya que ellos también, en su muy buena intención buscan inutilizarlo más de lo que ya está por lo postrado en la cama.
7)      Mantenga su propio aseo, si es posible hacerlo por usted mismo. Es muy lastimero llegar a ese extremo de que le tengan que colocar hasta el envase para orinar o lo otro debajo. Si usted puede hacerlo y levantarse, hágalo. No haga más deprimente la situación.
8)      Sea firme en darles un parado a la familia que quiere que usted no haga nada porque todo se lo quieren hacer ellos.
9)      Sea agradecido con todos. Por lo menos sonría y hable con cariño ya que todos están muy sensibles y una palabra disonante de su parte les duele mucho a ellos. Haga que todos, con todo y todo, se sientan a gusto de estar a su lado acompañándolo.
10)  Procure hablar de otras cosas que no sea de la enfermedad, aunque a veces es inevitable.
11)  No eche las culpas a nadie. Así es la vida, y qué le vamos a hacer. Sufrirla y vivirla como viene y venga. “Lo que jué, jué; dijo la boba”, como dice el refrán. O, sea, que la boba no era tan boba, era inteligente, y no está echando culpa ni a nada ni a nadie.

Como ven, salieron hasta once leyes. De manera que ya no se podría llamar decálogo, sino undecimocálogo, es decir, once leyes. Esa palabra tal vez ni exista, pero vamos a inventarla y séanos válida. Las palabras no porque no estén en el diccionario de la Real lengua española o en el diccionario, no existen y no son válidas. Al contrario. Véase lo que dice Ángel Rosemblat en su colección de Buenas y malas palabras, al respecto. O, sea, que ya existe esa palabra y es válida porque la estoy usando aquí, y es válida y útil para querer expresar lo que se está queriendo expresar. Véase también en la parte de la filosofía del arte, donde se dice y habla de lo inexpresable en el contenido de lo que se quiere decir, que se lleva a utilizar frases o palabras que recogen todo lo que se quiere expresar, ya sea, en el arte del escribir o en cualquiera de sus manifestaciones que el arte tiene. Eso como para colocarme a la defensiva para justificar lo que estoy diciendo.
Ahora bien. Pasemos al decálogo para los familiares del enfermo y otro para sus visitantes. Por lo visto en algunos puntos se van a parecer al undecimocálogo anterior. Veamos.

Decálogo para los familiares del enfermo:

1)      El enfermo está enfermo, no inútil. Deje que él puede hacer algunas cosas por él mismo.
2)      Evite el sentimiento de paternalismo que paraliza y estupidiza al enfermo. Él puede solo. Déjelo.
3)      Ayude a que el enfermo tenga respeto por sí mismo. Es una persona que tiene dignidad. Respétesela y haga que él mismo la respete.
4)      No sienta los males que el enfermo siente, ni tampoco le invente más males de los que ya tiene. Es decir, a veces, al enfermo no le duele la cabeza y a veces la familia inventa que le duele la cabeza y comienza a tratarlo como tal. Eso indigna al enfermo que tiene respeto y dignidad.
5)      No manipule al enfermo para que haga esto o aquello otro, porque está enfermo. Respételo. Y si el enfermo dijo que no a tal o cual cosa o sugerencia, no se la imponga. Respételo.
6)      No se deje manipular por el enfermo, que a veces, sacan partido y ventaja de su situación.
7)      No ponga cara de lástima cuando venga a verlo o cuando está acompañándolo. Eso fastidia al enfermo que se respeta además de contagiar energía negativa.
8)      No hable muy duro ni tire las puertas de la habitación porque eso perturba la mente y la estabilidad emocional del enfermo que está muy sensible.
9)      No esté sobando al enfermo más de la cuenta. Algunos familiares comienzan que si a sobarles las manos o los brazos como si con ello aliviaran el mal. El mucho contacto físico fastidia. Guarde su debida distancia. Todo donde debe estar.
10)  No apurruñe al enfermo ni le hable así como a niño recién nacido, así como, chuuucucuucuu. Eso molesta e indigna. Es el mismo fulano pero que está enfermo, no un fulano que ahora es un fulanito o niño. No exageren.

Ya salieron las diez normas para los familiares y los que asisten a los enfermos. Tener en cuenta esos y muchos otros detalles ayudan mucho a la recuperación rápida, ya que es muy importante la no inutilización del enfermo, ni para chantaje, ni para chantajear. Todo en su justo equilibrio. Parte de la recuperación física está en la mente del enfermo y se puede estar incapacitado circunstancialmente de manera física, más no de manera emocional y en la mente. Este libro es una prueba palpable y evidente de eso. Este libro está siendo escrito en plena convalecencia de mi enfermedad. Todavía no tengo una semana que me dieron de alta de la clínica y apenas tengo apenas unos días que cerraron la herida que habían dejado abierta para que supurara y estoy escribiendo el libro, y ya estoy casi a punto de terminarlo. Tengo que bañarme tres veces al día y curar la herida que todavía está supurando porque dejaron dos hoyitos para que por ahí salga todo el resto que tiene que salir y con una cicatriz que está sanando pero de manera muy lenta. Cuando me duele, tanto la espalda, porque todavía duele y no entiendo por qué, pero duele, o la barriga donde tengo la herida que está cicatrizando me tengo que acostar un buen rato después de una pastilla para el dolor. En esas ando. Y en esas estoy casi terminando el libro. A mí me encanta y no lo releo, sino para corregir errores ortográficos, y no para cambiar palabras o añadir otras para que sea más bonito. Eso no. Sería estropear mi propia expresión.

 Otra cosa que el libro sea bueno o no. Eso es ya cuestión de gustos, y aquí tienen razón los críticos de arte, que dicen que el arte no se hace para agradar a nadie, si no, ya no sería arte. El arte se hace, ya una pintura, un poema, una canción, o cualquier manifestación de expresión humana, porque se siente la necesidad de hacerlo y de expresarse, sin pensar que va a gustar o no. Porque si así fuera, ya no sería arte, sino comercio porque se busca que guste tal o cual producción. Y eso ya no sería sino producción en serie, y dejaría de ser expresión. Así que el valor o su bonitura no es lo que cuenta. 

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