El lunes
temprano fue el doctor a hacer la limpieza de la herida.
Quitó la venda
que cubría. Logré mirar y aquello parecía una costura gigante. Me sonreí porque
todo se veía muy bien. Observé los puntos. No logré contarlos. Serían como 25,
tal vez, menos o más, pero se veían bastantes puntitos negros que sobresalían.
La herida estaba en toda la dirección del ombligo. Del ombligo hacia arriba y
del ombligo hacia abajo. Creo que hasta en el ombligo había puntos. Me imagino
que no pudieron haber cortado el ombligo, pero los que saben son los médicos.
La herida me pareció grande pero no me asusté porque todo se veía bien. Eso
veía yo porque lo que venía era lo bueno.
El doctor tomó
una jeringa. Le quitó la parte de la aguja y con lo que quedaba de la jeringa
sin la aguja la metió en los puntos y empujó hacia adentro. No pude dejar de
gritar y de retorcerme a la vez que como una especie de volcán en ebullición
empezó a salir una como mezcla de pus, de excremento, de sangre, un poco de
todo. Volvió a meter la pieza de la jeringa sin la aguja más abajo, y el como
volcán de todo fue más abundante. No soportaba el dolor. Todo el abdomen estaba
invadido de ese líquido mezclado con todo. Era como de color ceniza. La cama se
invadió toda. Y en un movimiento instintivo busqué tocarme la herida. Me regañó
la otra doctora que estaba ayudando. – No -- me gritó -- se va a infectar.
Ponga las manos sobre la cabeza. No haga eso -- Pero, el instinto podía más que
mi fuerza de voluntad, y varias veces llegué a tocar el líquido, pero que
buscaba limpiar inmediatamente con la sábana por encima de mi cabeza. Me
retorcía. El doctor apretó para que saliera más líquido y empezó a quitar los
puntos. La herida quedó abierta y al descubierto. Sólo dejó los puntos que
estaban casi junto al ombligo, tal vez tres o cuatro. Todo lo demás lo dejó
abierto, tanto hacia arriba como hacia abajo del ombligo. Volvió a apretujar
para que saliera todo lo que tuviera que salir. Ya salía poco. Yo miraba; y
cuando vi esas dos heridas abiertas se me bajó la tensión. Tal era la
impresión. Yo sentía que se me estaban saliendo las vísceras por esas dos
tremendas heridas abiertas. Me subieron las piernas para recuperarme por un
momento. -- Tranquilo, decía la doctora. Ya casi todo está listo. -- Entonces,
el médico le pidió a la doctora agua oxigenada y que la echara en donde él iba
a meter el dedo más pequeño de su mano derecha que estaba enguantada con unos
guantes blancos. El médico metió el dedo en la herida abierta de arriba.
Aquello parecía un cráter. Jurungó[1] hacia los lados y justo
ahí la doctora derramó un poco de agua oxigenada. Comenzó a bullir un poco de
espuma. El médico volvía a mover el dedo para todos los lados y la doctora
derramaba más agua oxigenada. Repitieron la misma operación con la herida de
abajo. Igual, la espuma que producía el agua oxigenada y el dolor que producía
el dedo del doctor en las heridas. No podía dejar de moverme del dolor, e igual
de mirar lo que estaban haciendo. El doctor limpió todo alrededor con una gasa,
y con otras gasas limpió la parte de dentro de las heridas. Pidió otro líquido
que no sé qué fue y la doctora lo comenzó a derramar dentro de la herida, con
igual movimiento del dedo del doctor.
-- Vamos a
dejar abiertas esas dos heridas para que supure -- me comentó el doctor. -- Ya
todo está bien. La operación fue un éxito, ahora hay que esperar. Hay que tener
mucho cuidado. Vienen los días más difíciles -- comentó el doctor -- los días
tres, cuatro y cinco son los más críticos. Vamos a ver cómo reacciona. Pero son
los días más difíciles. -- Y cerró con gasas y tirro de hospital la herida,
dejando abiertas las dos heridas que había dejado abiertas. Solo el pensar en
esas dos troneras que había dejado abiertas me daba como desmayo.
-- ¿Cómo se
siente?-- Preguntó el doctor antes de retirarse. Le contesté que impactado e
impresionado por lo que había visto. Creo que estaba más descolorido de lo que
ya debería estar. El médico mandó tomar la tensión y mandó colocar algo para
estabilizarla. La enfermera se encargó de cumplir la orden del médico. Mientras
la enfermera estaba colocando todo lo que estaba colocando, que si para el
dolor, que si para otra cosa, le pregunté que qué le había parecido lo de la
herida. Ella contestó que había visto una peor que esa, la de una señora, y
dijo el nombre, que a ella le había tocado también asistir, como hoy, y que esa
era tan fea como la mía. Pero, que lamentablemente a los tres días la señora
había fallecido. Se me atragantó la garganta, al recordar inmediatamente, las
palabras del médico de que venían los días más difíciles, el tercero, el cuarto
y el quinto, sobre todo el tercero. “Tanto
nadar para venir a ahogarme en la orilla”, pensé. Bueno, qué vamos a hacer,
me dije también. Creo recordar, que en alguna oportunidad después de esos días,
el médico me había comentado que había sido muy sabia la iniciativa de haber
operado justo en el momento que había operado. Pero, no estoy seguro si lo
comentó o fui yo quien me lo inventé. No debemos olvidar que el colo se había
perforado en esa tarde del sábado justo en el momento del frío y del casi
desmayo en la casa antes de llevarme de emergencia a la clínica, como tenemos
dicho.
Esa mañana vinieron algunos de la parroquia. Aprovecharon y
visitaron también a una muchacha de la parroquia que había sido operada de unos
quistes en los senos. Algunos venían a ver a la muchacha y aprovechaban de
visitarme. Otros, era lo contrario, venían a visitarme y también visitaban a la
muchacha. Solo una persona no vino a visitarme, sino solo a la muchacha, ya que
nos saludamos en el pasillo cuando me había levantado a caminar. Por
indicaciones del médico tenía que caminar lo más que pudiera, y lo más que
pudiera estar sentado, igualmente. Yo me mantenía sentado en la cama con los
pies colgando en el aire hacia el lado derecho de la cama. Hacia el lado
izquierdo no podía porque estaba pegada la pared. O, sea, que no tenía de otra
que hacia el lado derecho. Desde allí conversaba con los que estaban en la
habitación, con algunos de mis hermanos y algunos de los visitantes. Hablábamos
de todo, de política, de economía y hasta del plastrón que todavía estaba en el
mostrador de la entrada del pasillo. Me invitaron a ver el tan famoso plastrón.
Me levanté y fui caminando llevando a rastras en sus propias ruedas el soporte
donde estaban la solución y el tratamiento que conectaban con mi mano derecha.
Poco a poco llegué a ver a mi dulce enemigo, como dice Cervantes que decía Don
Quijote de la Mancha ,
de Dulcinea, que un poquito más y me despacha. No Dulcinea, sino mi dulce
enemigo; o sea, el plastrón. Quería conocerlo, verlo, y hacer las paces con él.
Vi tres frascos de distintas medidas y tamaños. En el más grande había una
especie de pulpo marino pequeño. Lo detallé. Sudé frío al verlo. Lo detallé lo
más que pude, y sentí que se me bajó la tensión. Me impresionó. Ese era el
famoso plastrón. Ya había visto a quien me había protegido porque esa es la
función del plastrón, según lo poco que había entendido, y que al mismo tiempo
era mi bomba en el cuerpo. Sudé frío. Me regresé a mi habitación impresionado
por lo que había visto.
[1]
“Jurungar”: Un venezolanismo, que significa “revolver en el
interior de algo”, según la
Real Academia Española, vigésima segunda edición. Algunos
utilizan “jorungar”. En este caso es, “jurungó”, es tercera persona singular Pretérito
perfecto simple o Pretérito.
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