viernes, 30 de diciembre de 2016

17

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El lunes temprano fue el doctor a hacer la limpieza de la herida.
Quitó la venda que cubría. Logré mirar y aquello parecía una costura gigante. Me sonreí porque todo se veía muy bien. Observé los puntos. No logré contarlos. Serían como 25, tal vez, menos o más, pero se veían bastantes puntitos negros que sobresalían. La herida estaba en toda la dirección del ombligo. Del ombligo hacia arriba y del ombligo hacia abajo. Creo que hasta en el ombligo había puntos. Me imagino que no pudieron haber cortado el ombligo, pero los que saben son los médicos. La herida me pareció grande pero no me asusté porque todo se veía bien. Eso veía yo porque lo que venía era lo bueno.
El doctor tomó una jeringa. Le quitó la parte de la aguja y con lo que quedaba de la jeringa sin la aguja la metió en los puntos y empujó hacia adentro. No pude dejar de gritar y de retorcerme a la vez que como una especie de volcán en ebullición empezó a salir una como mezcla de pus, de excremento, de sangre, un poco de todo. Volvió a meter la pieza de la jeringa sin la aguja más abajo, y el como volcán de todo fue más abundante. No soportaba el dolor. Todo el abdomen estaba invadido de ese líquido mezclado con todo. Era como de color ceniza. La cama se invadió toda. Y en un movimiento instintivo busqué tocarme la herida. Me regañó la otra doctora que estaba ayudando. – No -- me gritó -- se va a infectar. Ponga las manos sobre la cabeza. No haga eso -- Pero, el instinto podía más que mi fuerza de voluntad, y varias veces llegué a tocar el líquido, pero que buscaba limpiar inmediatamente con la sábana por encima de mi cabeza. Me retorcía. El doctor apretó para que saliera más líquido y empezó a quitar los puntos. La herida quedó abierta y al descubierto. Sólo dejó los puntos que estaban casi junto al ombligo, tal vez tres o cuatro. Todo lo demás lo dejó abierto, tanto hacia arriba como hacia abajo del ombligo. Volvió a apretujar para que saliera todo lo que tuviera que salir. Ya salía poco. Yo miraba; y cuando vi esas dos heridas abiertas se me bajó la tensión. Tal era la impresión. Yo sentía que se me estaban saliendo las vísceras por esas dos tremendas heridas abiertas. Me subieron las piernas para recuperarme por un momento. -- Tranquilo, decía la doctora. Ya casi todo está listo. -- Entonces, el médico le pidió a la doctora agua oxigenada y que la echara en donde él iba a meter el dedo más pequeño de su mano derecha que estaba enguantada con unos guantes blancos. El médico metió el dedo en la herida abierta de arriba. Aquello parecía un cráter. Jurungó[1] hacia los lados y justo ahí la doctora derramó un poco de agua oxigenada. Comenzó a bullir un poco de espuma. El médico volvía a mover el dedo para todos los lados y la doctora derramaba más agua oxigenada. Repitieron la misma operación con la herida de abajo. Igual, la espuma que producía el agua oxigenada y el dolor que producía el dedo del doctor en las heridas. No podía dejar de moverme del dolor, e igual de mirar lo que estaban haciendo. El doctor limpió todo alrededor con una gasa, y con otras gasas limpió la parte de dentro de las heridas. Pidió otro líquido que no sé qué fue y la doctora lo comenzó a derramar dentro de la herida, con igual movimiento del dedo del doctor.
-- Vamos a dejar abiertas esas dos heridas para que supure -- me comentó el doctor. -- Ya todo está bien. La operación fue un éxito, ahora hay que esperar. Hay que tener mucho cuidado. Vienen los días más difíciles -- comentó el doctor -- los días tres, cuatro y cinco son los más críticos. Vamos a ver cómo reacciona. Pero son los días más difíciles. -- Y cerró con gasas y tirro de hospital la herida, dejando abiertas las dos heridas que había dejado abiertas. Solo el pensar en esas dos troneras que había dejado abiertas me daba como desmayo.
-- ¿Cómo se siente?-- Preguntó el doctor antes de retirarse. Le contesté que impactado e impresionado por lo que había visto. Creo que estaba más descolorido de lo que ya debería estar. El médico mandó tomar la tensión y mandó colocar algo para estabilizarla. La enfermera se encargó de cumplir la orden del médico. Mientras la enfermera estaba colocando todo lo que estaba colocando, que si para el dolor, que si para otra cosa, le pregunté que qué le había parecido lo de la herida. Ella contestó que había visto una peor que esa, la de una señora, y dijo el nombre, que a ella le había tocado también asistir, como hoy, y que esa era tan fea como la mía. Pero, que lamentablemente a los tres días la señora había fallecido. Se me atragantó la garganta, al recordar inmediatamente, las palabras del médico de que venían los días más difíciles, el tercero, el cuarto y el quinto, sobre todo el tercero. “Tanto nadar para venir a ahogarme en la orilla”, pensé. Bueno, qué vamos a hacer, me dije también. Creo recordar, que en alguna oportunidad después de esos días, el médico me había comentado que había sido muy sabia la iniciativa de haber operado justo en el momento que había operado. Pero, no estoy seguro si lo comentó o fui yo quien me lo inventé. No debemos olvidar que el colo se había perforado en esa tarde del sábado justo en el momento del frío y del casi desmayo en la casa antes de llevarme de emergencia a la clínica, como tenemos dicho.
Esa mañana vinieron algunos de la parroquia. Aprovecharon y visitaron también a una muchacha de la parroquia que había sido operada de unos quistes en los senos. Algunos venían a ver a la muchacha y aprovechaban de visitarme. Otros, era lo contrario, venían a visitarme y también visitaban a la muchacha. Solo una persona no vino a visitarme, sino solo a la muchacha, ya que nos saludamos en el pasillo cuando me había levantado a caminar. Por indicaciones del médico tenía que caminar lo más que pudiera, y lo más que pudiera estar sentado, igualmente. Yo me mantenía sentado en la cama con los pies colgando en el aire hacia el lado derecho de la cama. Hacia el lado izquierdo no podía porque estaba pegada la pared. O, sea, que no tenía de otra que hacia el lado derecho. Desde allí conversaba con los que estaban en la habitación, con algunos de mis hermanos y algunos de los visitantes. Hablábamos de todo, de política, de economía y hasta del plastrón que todavía estaba en el mostrador de la entrada del pasillo. Me invitaron a ver el tan famoso plastrón. Me levanté y fui caminando llevando a rastras en sus propias ruedas el soporte donde estaban la solución y el tratamiento que conectaban con mi mano derecha. Poco a poco llegué a ver a mi dulce enemigo, como dice Cervantes que decía Don Quijote de la Mancha, de Dulcinea, que un poquito más y me despacha. No Dulcinea, sino mi dulce enemigo; o sea, el plastrón. Quería conocerlo, verlo, y hacer las paces con él. Vi tres frascos de distintas medidas y tamaños. En el más grande había una especie de pulpo marino pequeño. Lo detallé. Sudé frío al verlo. Lo detallé lo más que pude, y sentí que se me bajó la tensión. Me impresionó. Ese era el famoso plastrón. Ya había visto a quien me había protegido porque esa es la función del plastrón, según lo poco que había entendido, y que al mismo tiempo era mi bomba en el cuerpo. Sudé frío. Me regresé a mi habitación impresionado por lo que había visto.



[1]              “Jurungar”: Un venezolanismo, que significa “revolver en el interior de algo”, según la Real Academia Española, vigésima segunda edición. Algunos utilizan “jorungar”. En este caso es, “jurungó”, es tercera persona singular Pretérito perfecto simple o Pretérito.

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