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Todo iba bien.
Los dolores daban cuando se les antojaban. Y los retortijones del dolor, eso sí
que daban en compañía, y tenía que arrugar la cara, que como ya tengo dicho, ya
la tengo arrugadita por naturaleza, y cómo sería de fea, con el dolor. Eso para
echarle la culpa al dolor, o a la vaca, o al plastrón, o a la cara, que no tiene
la culpa la pobre de ser tan fea y como es. Pero no nos metamos en caminos
peligrosos. Quedémonos como vamos y vamos bien. Bueno hasta los momentos,
porque se avecina lo bueno, y que si qué, como veremos. Como aquel refrán
argentino que dice: “Así como vamos,
vamos bien, decía la loca, y la llevaban de los cabellos”. O, sea, como
vamos, vamos bien, aun cuando sea de los cabellos. Se sentía bien la loca…así
cómo iba…
Ya era sábado.
Tenía cita para el domingo a las cinco y media de la tarde. La mañana del sábado
había transcurrido bien, a no ser por las cremitas que me tenía que comer y a
las que ya les estaba tonando idea. Pero, era lo que me mantenía para aguantar
los dolores cuando venían. Y tenía que estarles agradecido. Peor hubiera sido
sin la cremita. Eso hace recordar aquella canción del cantante mexicano Juan
Gabriel en donde cuenta que María, un personaje de una de sus canciones, quería
dejar a Juan, su marido, por influencia de los chismes de las amigas de María.
María estaba sufriendo y quería dejarlo porque sus amigas se lo pedían y se lo
tenían dicho porque el hombre la maltrataba y era un sinvergüenza, pero ella lo
quería y lo amaba y en el fondo no lo quería abandonar. Y el cantante hace de
personaje en su canción y le aconseja a María: “María no dejes nunca Juan; es verdad que es mal con Juan, pero todo
puede ser peor sin Juan”; y sobre todo, le pide que no pierda su
personalidad y que ella sabe que se aman y se entienden bien, a pesar de todo,
y que no haga oídos de los comentarios de sus amigas. Muy bonita la canción y
de un gran mensaje. Así estaba yo. Las cremitas ya no las podía ni ver y me
daban un no sé qué de repulsión instintiva su vista, pero, era peor sin las
cremitas. Así que tenía que estarle agradecido a las cremitas, por supuesto. Peor,
hubiera sido sin ellas. No tendría entonces fuerzas ni para soportarme en pie.
Estaba igual que María, la de la canción: “es
verdad que es mal con Juan, pero todo puede ser peor sin Juan.”
La cuñada
había venido a la casa todo el día sábado y estaría totalmente dedicada a mi
cuidado. Ella renovaba el tratamiento y todos lo demás detalles de enfermería
en la que ella es licenciada y activa. Todo iba transcurriendo aparentemente
bien. Como a las dos y media de la tarde me empezaron los dolores de abdomen,
sobre todo en la parte de la columna, como a la altura de los riñones, o tal
vez más arriba, que voy a saber yo dónde duelen los riñones, o si duelen, lo
que sabía era que los dolores se me reflejaban por esa parte. Me sobaba yo
mismo como un desesperado. Me retorcía y me movía para todos los lados que
podía en la cama. Creo que lloré del dolor. Sí; si lloré. Aquello era
insoportable para un solo cristiano, como se dice. Mi cuñada y mi hermana
trataban de consolarme y me pasaban las manos por donde podían para tratar de
calmar el dolor. De nada servía, pero la intención era muy buena y solidaria.
Comencé a sudar frío. Supongo que cambiaría de color; es decir, de pálido, a
más pálido. Y empecé a temblar. Era un temblor de frío insoportable. Temblaban
mis piernas y mi abdomen, mi cara…. Todo temblaba. Me arropaban e igual
temblaba. Era un frío terrible. Tal vez el frío de la muerte, como cuenta la
gente mayor de nuestros campos. No sé si era el de la muerte, sólo que era un
frío y un temblor desesperantes. Como pude pedí que me ayudaran a levantarme
para ir al baño, quizás, orinando se me calmaría un poco. Me ayudaron y me
dirigí al baño. Querían entrar conmigo al baño, pero me negué. Ahí se generó un
impace, porque yo no lo permitía, y al fin entré sólo. Hice lo que iba hacer, a
duras penas. Y en ese momento sentí que se me iba el mundo. Casi me caigo. Como
pude salí del baño y me cargaron en brazos, casi me desmayo, y me desplomo en
los brazos de otra hermana quien empezó a gritar y a llamar a todos, quienes en
un instante estaban agarrándome. Se me había bajado la tensión y sentía que los
ojos me bailaban de un lado para otro tratando de buscar precisar la mirada y
de mantenerla fija para cerciorarme de todo mi alrededor, pero los ojos tenían
bonche y bailaban para todos lados, menos de detenerse en un solo lugar.
La cuñada
estaba en ese momento hablando por teléfono con el doctor. Era una emergencia.
Me llevaron a
la habitación y empezaron a cambiarme de ropa y todos los demás detalles porque
había que bajar a la clínica donde nos estaría esperando el doctor. No había
tiempo que perder. El dolor había amainado un poco y ya era un poco más
soportable la situación. Me dio nauseas. Trajeron un envase para esos
menesteres pero solo fueron nauseas. Y salimos de la habitación. Nos íbamos
para la clínica.
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