11
Yo
ignoraba que el grupito de la familia que había llegado en ese momento sólo
estaba de paso, y como para el camino de la casa quedaba el hospital habían
aprovechado de pasar a darme una vuelta. Yo pensaba que iban por mí. A veces la
falta de comunicación nos lleva a suponer cosas que a la larga nos pueden
complicar la vida. Nada debe ser o darse por supuesto, o por sabido, si no se
conversa. Y en ese caso estábamos suponiendo, y prácticamente, a punto de
cometer un gran error. Yo suponía que ellos venían a llevarme y trasladarme del
hospital porque el tema último había sido lo del traslado para otro sitio ya
que en el hospital no había cama en ninguno de los pisos y en la emergencia era
casi imposible continuar, además de estar solicitando la camilla en la que me
hallaba, porque ya me lo había participado un par de veces una doctora de
turno. Eso suponía yo. Y cuando ví que el grupito de mi familia había llegado
justo en esos momentos de la situación, pues era lógico que pensase y supusiese
lo que estaba pensando. Pero, es muy importante no suponer nada en nada, sino
ir sobre seguro y para eso existe el diálogo y la comunicación. Pero estaba
sobreentendido. Pero, la realidad era que estaban saliendo de sus actividades y
obligaciones e iban para la casa a almorzar, para volver cada uno a sus
quehaceres de la vida, y de paso, habían pasado a darme nada más que una vueltica.
No más.
Las
coincidencias se juntan, a veces para mejorar o a veces para empeorar,
dependiendo de cómo estén las circunstancias y los actores de ellas, ya para
ser dueños de ellas o estar sometidos a ellas, como diría en palabras más
profundas el filósofo José Ortega y Gasset. Lo lógico es ser dueños y señores
de las circunstancias. Pero, para eso o lo otro, existe un mínimo de diferencia
que es el estar consciente de cada situación, para lo que se requiere el cúmulo
de todo lo que tiene que saberse del momento que se está viviendo, sin
enajenación. Y ya nos pusimos filósofos. En donde el suponer es un paso en
falso, y en donde ese suponer nos va a llevar a estar sometidos a las
circunstancias y, por consiguiente, a cometer errores, como el que estuvimos a
punto de cometer, pero que se enmendaron gracias al volver a adueñarnos de
nuestras circunstancias, para alivio y alegría de todos, como ya veremos de
inmediato.
La
circunstancia era que yo estaba enfermo y en el hospital Razetti. Se le añadía
a esa primera circunstancia el hecho de que se quería que yo estuviera mejor. Y
era válido y justo que así fuera. No estaba siendo mal atendido en el hospital.
No se podía pedir más. Imposible. Más bien, muy agradecidos. Pero ante la
necesidad de mejorar mi situación de enfermo se presentó la idea de cambiar de
lugar, ya para piso en el mismo hospital, ya para otro lugar en donde pudiese
tener un poquito más de comodidad, aunque no de atención porque en el hospital
ya la tenía. Para piso en el mismo hospital era, por los momentos inmediatos,
imposible porque no había sitio disponible. Entonces, se presentó la idea de
que afuera podría ser mejor. Y se movieron todos los contactos para que así
fuera como el de contactar para una habitación en una clínica de Puerto la Cruz , para seguir el
tratamiento que ya se estaba siguiendo al pie de la letra; o, la más riesgosa
de todas, que era que me dejaran ir a la casa y allá cumplir el tratamiento a
cabalidad, con la confianza de que mi cuñada era enfermera y se comprometía a cumplir
con sus asistencias profesionales. Se suponía que esta última posibilidad
representaba mucho riesgo y era una gran responsabilidad, a la que por
todas-todas, los médicos del hospital se negaban, y con razón.
Quedaba
en pie, pues, que lo que convenía era que fuera a la clínica. El
padre-capellán, que estaba justo en esos momentos en el grupo, opinaba que era
mejor que me quedara y que tuviera paciencia, que las cosas mejorarían desde el
momento en que hubiese una cama disponible en piso. Sería cuestión de dos o
tres días más. Que esperara. En esa insistencia sentí y ví que al
padre-capellán se le humedecieron los ojos. En verdad él no quería que me
fuera. Pero, yo ya estaba decidido a que sí. A todas estas yo ya suponía que
todo estaba listo y programado en la susodicha clínica. Suponía, más no lo
sabía porque no lo había conversado directamente. Le medio pregunté a mi
hermano y él hizo movimientos de cabeza y gestos de cara como diciendo,
supongo. No tenía por qué saberlo porque él estaba en su mundo y venía con su
esposa y sus dos hijas a dar una pasadita por el hospital porque iban para la
casa a almorzar y regresar, inmediatamente, en la tarde a sus faenas de todos
los días. El otro hermano, menos que menos que sabía. Quien tenía que hacer
esos contactos era un hermano, junto con la persona de la parroquia y muy amiga
de la familia, quienes se habían comprometido a hacer todo lo referente a la
clínica. Y de ellos, ni yo, ni el otro hermano ni su esposa, ni sus hijas, ni
otro hermano, teníamos noticias seguras sobre si ya estaba todo cuadrado, o si
faltaba todavía, o si no había posibilidad. No se sabía. Solo se suponía. Y en
eso de suponer, por no tener certeza de certeza real, se cometen grandes
errores.
Ya
el médico estaba al tanto de la posibilidad de que yo quería salir del hospital
para buscar estar más tranquilo. No le había gustado mucho la idea, pero, la
respetó. En esos momentos tan rápidos y destellantes de rapidez hizo presencia
en el sitio de la emergencia una estudiante de medicina conocida de la
parroquia que de vez en cuando hacía de lectora en las misas de los domingos en
la parroquia. Ella había sido el contacto con el médico para cuando se tomara
la decisión definitiva de salir del hospital. Saludó al padre-capellán. ¡Quién
no conoce al padre-capellán en el hospital! Por lo menos entre el personal
médico y de trabajo.
Entonces,
aproveché y le pedí a la estudiante de medicina que hablara con el médico para
que aceptara y firmara y autorizara mi salida del hospital. Ella se sonrió y accedió
y se retiró a cumplir el favor pedido.
Yo
pensaba que mi hermano había ido a eso: a llevarme. Pero semejante sorpresa se
llevó cuando con hambre y cansado como estaba se le habían cambiado todos los
planes. Él tampoco dijo ni alegó nada, y como el que calla otorga, pues más
elementos tenía yo para pensar que yo tenía razón. Suponía que todo estaba
bien. Pero una cosa es suponer que esté bien y otra a que en verdad esté bien.
Suponer es siempre un error. Hay que tener en cuenta siempre eso para la vida.
Muchos errores se cometen por suponer que, sin estar seguro de algo se zumba
uno y la caída es caída. Y aquí estábamos nosotros en un suponer, que pudo
haber sido fatal. Suponer es cambiar el sentido de la historia, y jamás se
puede cambiar nuestro sentido de la historia, porque en eso consiste el pecado,
y, por consiguiente, el infierno aquí en la vida terrena y existencial (ya de
eso he tratado en mi libro Preguntas y respuestas de toda persona
inquieta sobre la oración) y justo me estaba casi contradiciendo con lo
que había descubierto y escrito en ese libro que es muy bueno. Cambiar nuestra
historia es el inicio de la expulsión del Jardín del Edén y es empezar a vivir
nuestro infierno. Nos libre Dios.
No
pasaron quince minutos cuando apareció el doctor que me iba a autorizar la
salida. Tal vez el hecho de que el padre-capellán estuviese ahí pudo haber
suavizado el trato del doctor para conmigo. El doctor insistió en que desde el
momento en que yo firmara, el hospital se liberaba de toda responsabilidad
sobre mi estado de salud en el caso concreto de las complicaciones que se
podrían presentar. Yo asentí y confirmé que era consciente y que lo sabía. Le
pedí disculpas al doctor y le dije que no fuera a pensar mal, que por el
contrario, estaba muy agradecido por tantas atenciones, pero que era para estar
un poquito mejor, que entendiera por favor. – Tranquilo -- dijo, pero con el
entrecejo arrugado. Me pareció que estaba dolido y que pensaba que yo era un
desagradecido. Yo miré al padre-capellán. El no decía nada, solo respetaba mi
decisión. Firmé y coloqué la fecha del día, del egreso. El doctor se me acercó,
me dijo que iba a hacer una excepción y que me iba a dar no sé qué cosa, y que
eso no se hacía, pero que iba a hacer una excepción conmigo. Por fin no supe
qué fue lo que me dio como excepción. Sé que la cuñada lo tomó. Tal vez un
informe o las tomografías. No sé, por fin qué fue lo que el médico me dio y que
la cuñada tomó para llevármelo como referencia al médico que me fuese a ver.
Nos dimos las manos en un apretón. Yo le daba las gracias. Me dispuse a salir.
Ya mi cuñada y mis sobrinas habían recogido mis macundales porque todo estaba
listo para salir. El padre-capellán salió caminando a mi lado. Yo llevaba el
colgadero de la solución que iba conectado a la vía que tenía en mi mano
derecha. Salimos del hospital. El padre-capellán iba conmigo y conversábamos.
Recuerdo que también un ministro extraordinario de mi parroquia estaba también
en esos momentos y estaba junto a mí y al lado del padre-capellán. Mi hermano,
mientras tanto, estaba buscando el carro para acercarlo a las escaleras del
frente del hospital para montarnos e irnos, supuestamente, a la clínica a donde
me irían a llevar. Eso pensaba yo.
Mi
hermano se detuvo en todo el frente. Me despedí del padre-capellán con un
apretón de manos y un abrazo. También del señor de la parroquia. En eso ya
habían llegado una hermana (no monja) y mi otra cuñada (tampoco monja). Ellas
se irían aparte. Mientras bajaba las escaleras,
me di la vuelta como para darle la última mirada al hospital y como para
agradecerles tantos cuidados y detalles, vi que mi hermana estaba conversando
con el padre-capellán muy a sus anchas. Una vez montado en el carro se subieron
todos los demás, mi hermano en el volante; perdón, no el volante, sino al
frente; yo, como copiloto. Detrás, justo detrás de mi hermano, otro hermano, y
los demás en los puestos restantes. Y antes de que mi hermano diera marcha al
carro, llamé por teléfono a mi otro hermano para comunicarle que ya había salido
del hospital y que nos íbamos para la supuesta clínica a donde me irían a
llevar, y para comprobar si todo estaba listo y en orden. A todas estas, con
tantos hermanos, ya era toda una hermandad…
Tremenda
sorpresa cuando mi otro hermano me responde que todavía no había hecho ningún
contacto, que no había tenido tiempo. Que llamara a la persona amiga de la
familia, a ver qué había hecho ella, que ella se había comprometido. Ahí me
entró un frío. Yo sentí que los que estaban en el carro se habían movido un
poquito más de la cuenta. Eso no se esperaba. Le pregunté a mi hermano que qué
pasaba. Me dijo no saber nada. Él apenas había ido a dar una vuelta a verme no
más, y ahora se hallaba cargando con el enfermo sin saber para dónde agarrar.
Tronco de rollo en el que se hallaba. Estaba en la que estaba sin saber nada y
sin almorzar, que era lo peor. Entonces, llamé a la persona amiga de la familia
y que muy generosamente se había comprometido a ayudar y a mejorar la
situación. Contestó el teléfono. La saludé e inmediatamente le pregunté que si,
por fin, ella había hecho los contactos para la susodicha clínica. -- No --
contestó. Todavía no había hecho nada porque mi otro hermano había dicho que a
las cinco de la tarde harían esos contactos y que ella estaba dependiendo de la
llamada de mi hermano que sería a partir de la cinco de la tarde; no antes. Le
dije que yo ya estaba fuera del hospital y que ahora me hallaba en veremos.
Ella se asustó y no sabía qué decir. Tampoco yo. El carro se movió más, a pesar
de que todavía no estaba en marcha, porque estábamos en el mismo sitio frente
al hospital, porque los que estaban dentro del carro ahora sí que estaban
asustados y nerviosos. Yo suspiré fuerte como queriendo decir, y, ¿ahora qué?
Ahora sí que se empeoró la cosa, porque al hospital ya no podía regresar, y
para dónde vamos a coger…
Suspiré
duro. Miré hacia el hospital. No había nada qué hacer. Arriba en la parte plana
después de las escaleras estaban el padre-capellán, mi hermana y mi otra cuñada
conversando y se reían. Debía ser amena la conversación porque con el
padre-capellán todo es ameno y simpático, como todo él. Su acento español le
aumenta la simpatía y la jocosidad natural que ya posee.
--
Vámonos para la casa -- logré decir al final de ese momento tan difícil. --
Vámonos que ya se resolverá -- Y con ello volvíamos a ser dueños de las
circunstancias, siempre y cuando no estallara allá adentro lo que los médicos
tanto habían insistido que podía suceder. Y nos fuimos para la casa a esperar
noticias. Y mientras íbamos se comenzaron a echar culpas; el uno que por culpa
del otro; el otro, que él si había dicho tal o cual cosa; todas las culpas para
todos y para cada uno. Yo iba silencioso y asustado porque no explotara nada,
ni siquiera un caucho del carro, y con mi colgadero de la solución que llevaba
conectado a mi mano derecha. Otro hermano, que iba justo detrás de mi hermano,
que era el chofer, soplaba y resoplaba como queriendo echar culpas a todos. Y
ese resoplido me llegaba hasta lo más fondo y ya me tenía casi a punto de
convertirme en el hombre de color verde de la serie de televisión. Me imagino
que al que manejaba ya le llevaría la nuca encendida con tantos resoplidos
justo detrás de la oreja. Mi hermano el que manejaba, más bien, iba callado.
Tal vez no entendería nada de todo lo que estaba pasando, si apenas había
pasado a darme un vueltica al hospital. A no más iba. Mejor hubiera sido que
hubiera ido después de haber almorzado, por lo menos iría lleno, y no con
hambre y sorprendido de comprender lo que estaba sucediendo, si apenitas había
pasado a ver cómo estaba yo… Tronco de problema… y con hambre… y confundido… y
con el enfermo en un lado…
Entre
los resoplidos del otro hermano y las culpas y yo si dije que, y que mejor
era que hubiera sido, contesté en un tono de voz un poquito alto, como para
mostrar autoridad y poner punto final al lamento inútil, dije -- “lo que fue, fue; dijo la boba”. Aquí ya
no se trata de lo que pudo haber sido y no fue, sino de lo que es. Y lo que es,
es que ya no estoy en el hospital y no puedo regresar a él por los momentos.
Volver sobre eso no ayuda a nada. Lo que fue, fue, y punto. Así que la
situación es, para dónde vamos a ir, y eso dejémoslo al otro hermano que se va
encargar de eso. No hay otra. -- Y surgió efecto porque ya ninguno volvió a
tocar el tema. Así sería la autoridad con la que había hablado. Y yo no sabía
que tenía tal voz de mando y de autoridad. No se tocó más el asunto de las
culpas y del yo sí dije y del mejor hubiera sido… De nada servía. La circunstancia
era otra, simplemente. Y todo el panorama había cambiado. Más de eso, era
necedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario