viernes, 30 de diciembre de 2016

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            En casa todo se dispuso para atender al enfermo. Mi cuñada colocaría el tratamiento, y esa primera noche una hermana haría de veladora del enfermo; en las siguientes, mi otra hermana, que había venido de Maturín a cuidarme también. Dios las bendiga. Mi hermana dormiría en su cama junto con su niña, una niña de cinco añitos, quien también iba a hacer de enfermera porque era el tío el que estaba enfermo y ella también ayudaría y estaba muy pendiente. Ella en su juego infantil, se hacía la idea que era una enfermera, y yo dejaba que ella ejerciera su rol, que lo disfrutaba, y a mí me alegraba ver su desempeño y su atención. El tío mientras tanto estaba ahí para dejarse atender. La primera noche fue buena. Dormí bien y los dolores eran soportables. Lo único malo era que para todo tenía que tener a alguien que me ayudara, tanto a levantarme o acostarme, porque ahí sí que dolía, sobre todo en la parte de la espalda, que era lo curioso, porque si era en el abdomen donde estaba el mal, por qué me tenía que doler la espalda. El caso es que veía estrellas cuando arreciaba el dolor de espalda. Tenía que levantarme para ir al baño y esa noche creo que exageré y fui como doce veces, tal vez, una por cada apóstol de Jesús. Pero yo orinaba por mí… Exagero, pero me tuve que parar más de la cuenta y me daba pena tener que molestar. Pero las cosas son como son. Y esas eran como eran.
            Al día siguiente muy temprano vino mi cuñada, tomó la respectiva muestra de sangre y puso el tratamiento. Al mediodía volvió para la renovación del tratamiento. Los leucocitos seguían en la misma cuenta. No bajaban. En el transcurso del día los que podían, y que eran todos, se venían a la habitación a hacerme compañía y a conversar.
            Al día siguiente volvimos a la cita. Igualmente, mi cuñada, mi otro hermano, y yo, que no podía faltar. El médico me encontró mejor, a pesar de que los leucocitos iban como iban. Me autorizó a tomar líquido y todo en líquido, como también cremitas y sopitas. Y todo seguía igual.
            Al día siguiente la misma rutina: la muestra de sangre y la renovación del tratamiento. Volvía a tener cita de entre dos días. Volvimos, era viernes. Los leucocitos no bajaban. Entonces, el médico decidió mandar hacer un eco. Fuimos, lo hicimos, y para mayor sorpresa el especialista decía que no había ningún plastrón, por lo menos en la parte del apéndice. Yo le dije que yo le había oído hablar a los otros médicos de que en la parte de arriba. Entonces, esculcó con su aparatico y encontró algo raro. Había un líquido y volvió a esculcar y confirmó un plastrón cubriendo un líquido, pero no en la parte del apéndice, sino más arriba. No me digan que diga dónde, sólo que era más arriba de algo y que sólo ellos sabían y saben. Yo me conformaba con tenerlo y eso era suficiente, si no mucho. Les tocaba a ellos precisarlo e identificar qué cosa era. El especialista solicitó la tomografía que mi cuñada cargaba por si acaso. La observó. Me mandó salir y se quedó estudiando el caso hasta que elaboró un informe. Nos entregaron los estudios con informe y todo, más confundidos todavía, y dando gracias a Dios, sin dejarnos de sorprender.
            Regresamos a la clínica donde nos estaba esperando todavía el doctor que me estaba atendiendo con tanta dedicación. Miró los resultados y lo único que dijo fue: -- “es aquí donde uno necesita ser Dios” --  ¿Qué quiso decir?, no lo sé. Lo que si sé interpretar es que él quería ser Dios, para qué, no lo sé. Parecía que estaba más confundido todavía. Y yo, pues, mirando para todos lados porque si él quería ser Dios, yo hubiese preferido que él hubiese sido, más bien, Jesús de Nazareth y que me echara la curada de una vez por todas, no importaba que hiciera barro con su saliva, como en el caso del ciego de nacimiento y que cuenta el evangelista, que ya ni me acuerdo quién fue el que lo contó, pero que me curara de una vez. Y bien curadito. Tal vez, aquí estaría el conflicto, porque él quería ser Dios, y yo quería que él fuera, más bien, Jesús de Nazareth. Y lo estaba rebajando de categoría. Conflicto de intereses y necesidades. Aunque a la hora de la chiquita era lo mismo, porque Jesús es Dios. Pero eso son cosas muy profundas, y yo tenía otras profundidades en qué entretenerme, y el médico en qué ocuparse como de hecho ya lo estaba.
            El caso es que el plastrón estaba pero ya no en la parte del apéndice, o tal vez, sí. Lo que sé es que yo estaba como estaba y todo por culpa de esa tripa con plastrón y todo. Se estaba pareciendo a la computadora de Reyes, el segundo de las Farcs, que cada vez tenía sorpresas nuevas y estaba intacta. Cosas que uno no entiende. Igualito al plastrón.

            El médico no decidió nada sino seguir como íbamos. Me puso cita para el domingo a la misma hora y en el mismo lugar y que estuviéramos muy atentos de los nuevos síntomas si se presentaban y que ante cualquier cosa nueva que surgiera, como de la computadora, que le avisaran inmediatamente, no importando la hora.

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